(Esta síntesis biográfica ha sido publicada en
Cananea en forma de folleto por la Biblioteca “Padre Kino” (1945) de aquel
mineral, institución de cultura que fundó el actual Presidente Municipal Dr. Jesús
González y G. Tiene prólogo del señor Saturnino Campoy de amplio prestigio en
las letras sonorenses. Hemos resuelto reproducir esta valiosa obra porque
creemos necesaria la difusión entre el pueblo, especialmente en el elemento
escolar, del conocimiento y comprensión de vidas y obras como la del Padre
Kino, de quien, como ya hemos dicho en otras ocasiones, Sonora no tiene
monumento alguno que en forma material perpetúe su memoria).
PRÓLOGO (Por Saturnino Campoy)
Eusebio Francisco Kino es uno de los personajes
que vinculados con la historia de Sonora; merece como muy pocos la admiración y
gratitud de un pueblo. Pero para explicar el porqué de que la admiración del
pueblo de Sonora no haya pagado a tan ilustre varón todo el tributo que merece,
deben tenerse en cuenta diversas razones. En primer lugar, el P. Kino escribió
sus obras en una época en la que la mayor parte de estos manuscritos servían a
un propósito que no era propiamente la divulgación de los conocimientos
adquiridos ni de las conquistas realizadas. Aquella finalidad las desvió
siempre de la publicidad de que debieron haber sido objeto, y muchos, por no
decir todos los trabajos del P.Kino permanecieron por muchos años refundidos en
los archivos eclesiásticos o particulares de donde algunos de ellos pasaron
después a formar parte del contingente monográfico de varias bibliotecas,
algunas de ellas europeas. Al leer las obras que sobre las provincias de Sonora
y Sinaloa, Arizona y de la California escribió con tan prolijos detalles
durante su permanencia en esta región, trasciende a cada paso en el curso de
sus interesantes relatos que la finalidad del escritor se hacía consistir
fundamentalmente: Primero, en llenar de la mejor manera posible la misión
apostólica que le había sido confiada y que consistía en lograr la conversión
de la mayor parte de los indios aborígenes a la religión cristiana. Segundo, en
predicar y difundir con una fe inquebrantable las reglas de la moral cristiana,
suavizando paulatinamente las asperezas de las costumbres y hábitos sociales de
las tribus aborígenes. Tercero, en impartir a las mismas, simultáneamente,
enseñanzas y conocimientos de aplicación práctica que mejoraran las condiciones
de vida primitiva y de abandono de los indios que se aglomeraban en sus
rancherías. Al lado de cada Misión constituida en la iglesia edificada, sirvió
desde luego al propósito puramente religioso, pero su actividad incansable
desplegada entre los pueblos que poco a poco fueron quedando bajo su
influencia, cumplió propósitos profundamente humanos porque el indio autóctono
halló en él al maestro que lo iniciara en las primeras artes; y con el mismo
ahínco con que enseñara a mejorar las siembras e introdujo el cultivo de
hortalizas, etc., organizó también con éxito lisonjero la cría de ganado
vacuno, cabrío, etc, de tal manera que su afán constructivo o de organización
trascendía notoriamente a los pueblos circunvecinos que poco a poco pasaban a
formar parte de su esfera de acción. La intensidad y el éxito de sus trabajos
en este sentido solo puede justipreciarse cuando leemos la forma tan efectiva
en que en varias ocasiones acudió en auxilio de los “Guaymas” y hasta de los
más remotos y apartados “Chinipas”, e inclusive de las misiones de la Baja
California. Pero, decíamos antes, el P. Kino dio a sus obras el carácter de
simples informes que con su estilo y ordenación cronológica resultaban
sumamente interesantes. Aquellas consideraciones pueden explicar posiblemente
porqué por espacio de dos centurias fue casi completamente ignorado por un alto
porcentaje de nuestro pueblo.
En 1910, con motivo de la celebración del
primer centenario de nuestra independencia, el Gobierno de México recibió,
entre otras cosas a guisa de obsequio, uno de los manuscritos más importantes
del P. Kino que es el que tituló: “Favores Celestiales de Jesús y de María Santísima y del Gloriosísimo Apóstol
de los Indios San Francisco Javier, Experimentados en las Nuevas Conquistas y
Nuevas Conversiones del Nuevo Reino de la Nueva Navarra de esta América
Septentrional Incógnita, y Pasa por Tierra a la California en 35 Grados de
Altura” que dedicó “A la R. Mag. De Felipo V. Mui Católico Rey y Gran Monarca
de las Españas y de las Indias”, obra que había permanecido inédita en los
anaqueles de varias bibliotecas. Nuestro gobierno tuvo el acierto de mandar
editarla respetando su ortografía y compaginación, y aún cuando la edición no
fue quizás tan profusa como hubiera sido deseable, vino a llenar un vacío en
los anales sonorenses y a traernos una valiosa información sobre cosas y acontecimientos
de nuestro suelo que hasta entonces fueron ignorados. Otra de las cualidades
indiscutibles del P. Kino fueron siempre una gran modestia y su inmenso apego a
la verdad. En sus obras, el lector menos observador descubre en él
inmediatamente estas dotes que constituyen la base angular de sus
características espirituales. Su abnegación, su espíritu de sacrificio, su
ternura, su benevolencia e indulgencia especialmente para con los humildes y
por otra parte su entereza y valentía para afrontar las más serias vicisitudes
y peligros, sin más armas que las de su fe y aquellas prendas morales, dan tal
vez la clave que lo condujo a realizar sus grandes proezas con una sencillez y
rectitud admirables. Al mismo tiempo fue un sabio y sus discusiones y trabajos
que formuló sobre astronomía como cartógrafo, matemático, etc, que le valieron
entonces merecidos elogios hacen hoy que resalten más por eso mismo las
cualidades morales a que antes nos referimos a las que se sumaron su ingenio y
una gran dosis de buen humor. En algunas partes de sus obras esto es tan
evidente que no puede uno menos que reír de buena gana ante la forma de que se
valió ingeniosamente para comentar y describir acontecimientos que habría sido
bien difícil o inconveniente para él haber escrito de otra manera.
Hoy que en un rincón del Estado de Sonora se
erige una biblioteca pública que se consagra a honrar la memoria de un hombre
tan ilustre como el P. Eusebio Francisco Kino, debe caberle al pueblo de
Cananea la satisfacción de haber sido uno de los primeros en cumplir de la
mejor manera con este deber. Justo es que al lado de hombres como un Fray
Bartolomé de las Casas, de un Hidalgo y de un Morelos, y de muchos otros que en
los movimientos liberales de México no encontraron incompatibilidad entre el
ejercicio de su profesión y la labor de redención social que valientemente se
impusieron, aparezca también el P. Kino porque su nombre se halla estrechamente
vinculado con la historia de Sonora, y hasta podríamos decir con cierto timbre
de orgullo, que lo están también algunas de sus virtudes con las cualidades
características de nuestro pueblo. Creo sinceramente que no será este el último
homenaje que se rendirá en Sonora al P. Kino, porque merece incuestionablemente
muchos tributos más de admiración que deberán serle rendidos en el futuro.
Por ahora, ya que la biblioteca pública de
Cananea ostenta su nombre y se publica con tal motivo esta pequeña síntesis
biográfica todo bajo la iniciativa del señor Doctor Jesús González G.,
Presidente Muncipal, con aplauso de quienes vemos en ello una acto de justicia,
es de esperarse que contribuya eficazmente en las escuelas a que los niños
conozcan mejor el historial del biografiado y de sus cualidades morales tengan
también alguna influencia provechosa en ellos, que son los hombres del mañana.
Un deber elemental de los pueblos y de los hombres cultos ha sido y tendrá que
seguir siendo siempre “rendir honor a quien honor merece”: Saturnino Campoy,
mayo de 1945.
SÍNTESIS BIOGRÁFICA (Por Fernando Pesqueira):
El problema que se presenta al biógrafo del P.
Kino es el de resumir en pocas palabras una vida tan llena de tantas y tan
variadas actividades. Fue no solo gran misionero y constructor de iglesias,
sino también gran explorador y ganadero, cartógrafo, matemático, etcétera. La
ocupación de la California por los jesuitas fue efecto inmediato de la estancia
allí de Kino y de su constante empeño; de él tuvo el fundador de aquellas
misiones, P. Salvatierra, la inspiración y el aliento para llevarlas a cabo. Kino
fue quien, directa o indirectamente, estableció de uno y otro lado de la
frontera Arizona-Sonora las misiones de los Ríos Magdalena, Altar, Sonoita y
Santa Cruz. A Kino se le debe la detallada exploración y el mapa exacto de toda
la Pimería Alta, nombre que entonces se daba al sur de Arizona y norte de
Sonora. Mirando sólo a la extensión, su obra de explorador fue sorprendente.
Durante sus 24 años de residencia en la Misión de los Dolores, de 1687 a 1711
hizo más de cincuenta expediciones tierra adentro, un promedio de más de dos
por año, a distancias que variaban entre cien y casi mil millas. Todas ellas
las hizo a silla de caballo. Cruzó y volvió a cruzar en diferentes sentidos las
doscientas millas de desiertos que hay entre el Magdalena y el Gila y las
doscientas cincuenta entre el San Pedro y el Colorado. Cuando él los abrió,
estos derroteros no habían sido hollados por el pie de ningún hombre civilizado
o habían sido del todo olvidados. Los trazó a través de regiones habitadas por
tribus desconocidas que pudieron, aunque afortunadamente no lo hicieron,
atentar contra su vida y que, muchas veces, acobardaron el valor de sus
compañeros.
Una de sus rutas atravesaba un infranqueable y
árido páramo que fue, años adelante, el cementerio de no pocas caravanas que
por él se arrojaron sin las precauciones del gran misionero. Hablo del “Camino
del Diablo” de Sonoita al río Gila. Ponía el P. Kino en llevar adelante estas
expediciones una energía y atrevimiento casi increíbles. Empresas son estas de
un hombre de acción, grandes y dignas de un manejador de hombres. Pero, además,
hallaba Kino tiempo para escribir. Tiempo atrás, los historiadores han conocido
y hojeado un diario, tres relaciones, dos o tres cartas y un mapa famoso obra
de Kino, informes importantísimos para la historia de los territorios en que
trabajaba. Su mapa, publicado en 1705, fue el primero de la Pimería basado en
sus exploraciones. Durante cien años no hubo otro que lo superara. Más he aquí
que sale del polvo de los archivos de México un trabajo mucho más importante,
una historia completa escrita por el mismo Kino en su Misioncita de Dolores
abarcando casi toda su carrera en América. Lo conocieron y usaron los
primitivos historiadores jesuitas pero había quedado sepultado y olvidado hasta
el siglo XX. Se ve por él que de allí sacaron prácticamente todo lo que se
sabía de Kino, y de sus compañeros, pero también otras muchas cosas que se
callaron. Kino fue pues no solo el primer gran misionero, ganadero, explorador
y geógrafo de la Pimería Alta, sino que su libro fue el primero y será siempre
el principal documento histórico de aquel país durante el cuarto de siglo que
lo vio recorrer sus llanuras.
En extremo difícil nos es a nosotros los
hombres del siglo XX penetrar el alcance del ideal que inspiraba y guiaba a los
primeros misioneros de nuestro sudoeste. Podemos comprender como un hombre se
lanza a trabajar en tierras vírgenes por las riquezas que encierran, que se
horaden los montes para extraer el oro de las entrañas, que se extiendan a nivel,
sobre o debajo de ellas, caminos de acero para multiplicar o transportar los
tesoros, que se construyan gigantescas presas para hacer florecer los
desiertos, que se aplique la ciencia a la agricultura para sacar dos cultivos
donde la naturaleza solo da para uno. Explicamos y aprobamos toda esta serie de
esfuerzos que se hacen para explotar las riquezas de un país sin industrias y
hacerle habitable y agradable al hombre civilizado, pero es casi un misterio el
afán que en el siglo XVI trajo a nuestro sudoeste los primeros pregones de la
civilización europea, esos pardos franciscanos y negros jesuitas. Paso a paso y
una tras otras en los siglos XVI, XVII y XVIII las diferentes tribus de América
del Norte fueron por ellos traídas a la Fe y puestas en contacto con la
civilización europea. En los dominios de España los Franciscanos Dominicos y
Jesuitas trabajaban mano a mano en el Gran Valle de México y en la Mesa
Central; fuera de ella los Franciscanos se dedicaron especialmente a los Indios
de Florida, Nuevo México y Texas; los Jesuistas fueron los apóstoles de
Sinaloa, Sonora, Arizona y Baja California. Después de su expulsión a mediados
del siglo XVIII, ocuparon su lugar los Franciscanos y los Dominicos. Las
Misiones Franciscanas de la Alta California, última avanzada del extenso
imperio español, adquirieron fama universal. Por el lado del Norte los Jesuitas
franceses conquistaron a la Fe el Canadá y el Valle de Mississippi, mientras en
Sudamérica los Españoles y Portugueses llevaban a cabo hazañas de no menos
fuste y grandeza.
Hombre de este temple fue Eusebio Francisco
Kino, apóstol de los Pimas; Eusebio Chino (Quino) había nacido en Segno,
pueblecito cercano a la famosa ciudad de Trento en el Norte de Italia. No se ha
podido determinar la fecha exacta de su nacimiento pero se sabe que fue
bautizado el 10 de agosto de 1645. Es curioso notar que su venida al mundo casi
coincidió con la de su íntimo amigo y paisano, su compañero de fatigas y el
apóstol de la Baja California, Juan María Salvatierra. La familia de Kino aún
numerosa en Segno, lleva ahora el apellido de Chini. Él, que en su principio
firmaba Chino o en latín Chinus, en América escribió Kino para conservar la
pronunciación italiana, aunque los españoles escriben a veces Quino. Nombre es
este que se presta a reparos. En español Chino es un habitante de la China; en
México, además, es una especie de mulato. Esto explica que el Padre lo cambiara
por Kino. Pero esto no termina el pleito. En inglés, Kino suena como Keno, un
juego de suerte hoy muy en boga en los vapores transatlánticos; en alemán es
cinematógrafo. De allí una nueva reclamación desde Italia de parte de la
familia del misionero para escribir Chini, porque Kino trae demasiado Hollywood
a la memoria. Pero el gran misionero determinó por sí mismo la ortografía de su
nombre en América y yo debo respetar su preferencia. Kino es una gallarda
muestra de los muchos misioneros Jesuitas extranjeros que en un principio
vinieron a evangelizar las regiones de Sonora, Arizona y California. Aunque al
servicio de España, no era español ni por su sangre ni por su educación. Entre
sus compañeros y sucesores hallamos los nombres de Salvatierra, Picolo Minutill
y Ripadini que revelan origen italinao; Steiger, Keler, Sedelmayr, Grashofer
claramente alemanes y Januske y
Hostiniski, checos.
De quererlo, Kino hubiera podido gozar en
Europa de fama literaria pues durante su carrera en Friburgo e Ingolstadt se
había acreditado de buen matemático. Cuando el Duque de Baviera y su padre, el
Elector, volvieron de la Corte electoral de Munich a Ingosltadt en 1676,
entablaron con Kino una discusión sobre matemáticas que dio por resultado la
elección del joven jesuita para la cátedra de dichas ciencias en la Universidad
de Ingolstadt; prefirió no obstante la carrera de misionero en tierras paganas.
A ella le inclinaba una tradición de familia; contaba entre su parentela al P.
Martini, famoso misionero del lejano Oriente y autor de muchos libros sobre
China. Su resolución la tomó a la edad de 18 años según refiere en sus Favores
Celestiales con motivo de una grave enfermedad que padeció. “Todos debemos
mucho, dice, al gloriosísimo y piadosísimo Apóstol de las Indias; yo en
particular, le debo, primero mi vida que me la devolvió cuando todos los
médicos desesperaban de ella en la ciudad de Hala, en Tirol, el año de 1663;
segundo, mi entrada en la Compañía de Jesús en 1665; y tercero, mi venida a las
Misiones”. Muestra de gratitud por su alivio a aquel Santo fue el agregar desde
entonces su nombre al de Eusebio.
El primer campo misional del P. Kino en América
fue la Baja California. Durante dos siglos y medio habían estado los Españoles
haciendo tentativas para colonizar aquella ingrata tierra. Habíala descubierto
uno de los ayudantes de Cortés el año de 1533. Dos años después el gran
conquistador en persona llevó colonos a la Península que se creía ser isla, y
la llamó Santa Cruz. Fracasó la empresa pero Cortés continuó sus exploraciones
y Ulloa, enviado por él en 1539, dio vuelta al cabo y afirmó que era península
tomando desde entonces el nombre de California. Tres años más tarde exploró
Cabrillo la costa occidental más allá del cabo Mendocino en busca del famoso
estrecho de Anián que todo el mundo suponía comunicar con el Atlántico. La
conquista de Filipinas por Legazpi (1565-1571) vino a dar nuevo interés a la
cuestión de California, y de hecho en el siglo XVI dicha península tenía más
relaciones con Manila que con México. Una vez hallada por la gente de Legazpi
la ruta de Filipinas a Acapulco, un poco abajo de California, por allí empezó
el galeón de Manila a traer a la América el comercio del extremo oriente. Pero
el viaje era largo, el escorbuto hacía estragos en la tripulación y se sentía
la necesidad de una escala en puerto seguro. Por otra parte, los piratas
ingleses como Drake y Cavendish infestaban el Pacífico sin hablar de los
filibusteros holandeses llamados Pichilingues que pirateaban los mismos mares.
Era pues preciso explorar la California, fortificarla y poblarla. Con esta mira
Carmeño había hecho un desastroso viaje California adentro; con la misma,
Vizcaíno había intentado colonizar La Paz y explorado la costa exterior; en
fin, a este propósito obedecía la orden del Rey de fundar Monterrey.
Falló el proyecto de Monterey, pero las
fundaciones de pueblos y de misiones iban caminando al norte de la tierra firme
de Sinaloa y Sonora, al mismo tiempo que la pesca de perlas atraía de nuevo la
atención de los colonizadores. Para ahorrar gastos, los reyes trataron de
sufragar con los Derechos de pesca de perlas los gastos de la fundación de
pueblos futuros y de su defensa. Se hicieron, pues, en el transcurso del siglo
XVII numerosos contratos con aventureros particulares. En los mismos, se
estipulaba en cambio del monopolio de las perlas, la condición de poblar la
California. Con cada expedición iban misioneros con la intención de convertirlo
o de amenazar a los indios. En conformidad, hubo varias intentonas de poblar La
Paz, donde Cortés y Vizcaíno habían fracasado. Otras expediciones iban a costa
del Real Erario. Los nombres de Carbonel, Córdoba, Ortega, Porter, Piñadero y Lucenilla señalan, en el siglo
XVII otras tantas malogradas tentativas de colonizar California. Los naturales
de la Península, tratables en un principio, por los abusos de los buscadores de
perlas que, contra la voluntad real los esclavizaban y abusaban de ellos, se
volvieron recelosos y hostiles como a su costa lo experimentaban los últimos
llegados. Debido a equivocados informes y a exploraciones incompletas durante
el curso de este siglo, la California había vuelto a creerse y a figurar como
isla en los mapas. A pesar de tantos descalabros, se decidió tentar de nuevo la
fortuna. En diciembre de 1678, encargó el Virrey la empresa a Don Isidro Atondo
y Antillón. Los misioneros la harían suya y los gastos correrían a cargo de la
Corona. Don Isidro llevó el retumbante Título de Gobernador de Sinaloa y
Almirante del Reino de California Los Misioneros escogidos fueron los Jesuitas.
Esta vez los profetas anunciaron mejores días para la tierra de perlas. Mientras
Atondo preparaba su expedición, llegó Kino a México y fue nombrado, con el P.
Matías Goñi, misionero de California. Reconocidos sus conocimientos
matemáticos, lo nombró el Virrey Real Cosmógrafo, es decir, astrónomo,
agrimensor y geógrafo de la expedición. Antes de partir de México, Kino se
informó con cuidado de todos los datos que a la fecha se tenían en la capital
sobre la geografía de California, registrando a este fin el archivo del
Virreinato y del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo. Como se esperaba que
el almirante se haría a la vela por el otoño de 1681, salió Kino a tiempo de la
capital y el 15 de noviembre, de paso por Guadalajara, recibió del obispo el
título de Vicario suyo en la California. Como Atondo construía sus barcos en el
pueblo de Nio sobre el Río de Sinaloa, tomó Kino este rumbo y allí lo hallamos
en marzo de 1682. Una cuestión de jurisdicción eclesiástica sobre la California
entre los obispos de Guadalajara y de Durango vino a perturbarle por aquellos
días. Siendo Vicario del de Guadalajara, parece que, por las dudas, había
solicitado otro título semejante del prelado de Durango. Sería o no sería esta
la razón por la cual el P. Antonio Suárez fue ahora hecho Superior de la
Misión, pero así fue. Resultado de este incidente fue que Kino tuvo que
renunciar a su comisión de parte del obispo de Durango y que el Virrey decidió
la cuestión en favor del Obispo de Guadalajara.
El 5 de diciembre los barcos habían dejado el Río
Sinaloa y se hallaban aprovisionando en Chacala donde los PP Suárez, Kino y
Goñi se hallaban listos para el viaje. Con todo, P. Suárez no fue a California
y Kino quedó de superior. Finalmente el 17 de enero de 1683 la flota se hizo a
la vela. La travesía fue trabajosa, la
tripulación era inexperta y las corrientes llevaron al barco al puerto de
Mazatlán. A los dos meses abordaron de nuevo al río Sinaloa donde tomaron
nuevos bastimentos. Salidos de allí, cruzaron el golfo y arribaron a la costa
junto a La Paz lugar de tantos descalabros. El primero de abril se echaron
anclas y se leyó una proclama que requería el buen trato de indios y regulaba
la explotación de los metales preciosos y de las perlas, los dos principales
objetos de la expedición. Al día siguiente se escogió el lugar del real y se
plantó una cruz al lado de una hermosa palmera y de buen ojo de agua. El cinco
desembarcaron todos, el estandarte real desplegado, la artillería lanzó salvas,
se echaron tres vivas al Rey Carlos II y el almirante tomó posesión en nombre
del Rey de la que llamó Provincia de la Santísima Trinidad. A su vez, Kino tomó
posesión de la tierra en nombre de la autoridad eclesiástica. Se empezó
inmediatamente la construcción del fuerte; una iglesia y casa de madera fueron
levantadas en el cerco. Mientras se enviaba la lancha “Concepción” por
provisiones al Río Yaqui, Atondo y Kino exploraron los contornos. Los indios de
los alrededores, tímidos al principio, se hicieron pronto amigos y los PP Kino
y Goñi empezaron a aprender sus lenguas. Pero esta amistad no duró pues en
julio empezaron las hostilidades. Los soldados pronto se acobardaron y pidieron
abandonar el campo: “Esta visto -dice el P. Venegas- que no eran de la raza y
calibre de aquellos exploradores que años atrás habían conquistado la América”.
Como la lancha “Concepción” tardaba en volver y las provisiones empezaron a
escasear, cedió Atondo y el 14 de julio levó anclas el San José con todos los
españoles a bordo. La Bahía de La Paz había vuelto a ser la Bahía de la Guerra.
Pasó Atondo a reponerse al Río Fuerte (Sinaloa)
con la intención de hacer otra tentativa más al norte, donde se decía ser las
tierras y los indios de mejor condición. Zarpó de nuevo y el 6 de octubre tomó
tierra con los misioneros y su gente, en la llamada Bahía de San Bruno, pocas
leguas al norte del actual Loreto. Mientras se estableció allí envió el San
José a tierra firme para buscar provisiones y reclutas y despechar correo al
Virrey. Y aquí empieza para nuestros misioneros en estos desiertos sedientos
sembrados de enormes cactus un nuevo capítulo de su famosa carrera. Los
pormenores de la vida diaria en San Bruno desde el 21 de diciembre de 1683 al 8
de mayo de 1684 se pueden seguir en el detallado diario que llevó el P. Kino y
se conservó original para nosotros en el archivo de México. Empieza con la
relación de una exploración al oeste por el P. Kino y el Alférez Contreras a la
Sierra Giganta, la principal ocupación de esta pequeña avanzada de la
civilización consistía en proveerse de comida, abrigo, defensa y en mirar por
la conversión de los naturales. Los indios trabajaban con docilidad y de buena
gana en la construcción del fuerte, de las casas y de la Iglesia, y traían los
escasos alimentos que proporcionaba la pobre tierra. El diario de Kino nos
presenta una cabal pintura del verdadero misionero, entregado en cuerpo y alma
a la conversión y civilización de los naturales y para quien ningún pormenor
era despreciable si contribuía al fin principal de su misión. Era como un
artista o un literato cuyo trabajo parecería una intolerable menudencia para
los para los profanos. Kino miraba a estos pobres naturales como a sus propios
hijos, los amaba con verdadero cariño y estaba en todo tiempo dispuesto a
servirles en sus necesidades materiales y a defenderlos contra los falsos
cargos que les hacían o los malos tratos que les daban. Gozaba con las muestras
de amistad que veía en ellos y no perdía ocasión de notar cualquiera indicación
de su buen entendimiento. Se deleitaba en instruirlos y en satisfacer su pueril
curiosidad frente a sus compases, su cuadrante solar, sus lentes que prendía
fuego y las señales de sus mapas.
La primera tarea del misionero es ganar la
confianza de los naturales y sabía que el camino más directo era el de su
estómago. Siempre que visitaba algún pueblo fuera, llevaba maíz, pinole y otros
comestibles para el primer indio que encontraba. Cuando venían a verle en el
real, también los obsequiaba con los mismos regalos. Una vez ganado su corazón
le solían dejar sus niños quedando su choza literalmente inundada de ellos
hasta entrada la noche. Así podía empezar a enseñarles el español, a usar la
ropa precisa, a rezar las oraciones, cantar y hacer algún trabajo doméstico.
Sus preferencias iban siempre a los jovencitos y cada vez que salía a alguna
expedición, lo solían seguir tropas de niños corriendo a su lado al paso de la
cabalgadura y gritando si los dejaba atrás. Más de una vez se le vio con uno o
más de estos muchachos montados triunfantes detrás de él en ancas. Cuenta con fruición
cómo uno de éstos que vivía en la Misión resistió a los esfuerzos de sus padres
que se lo querían llevar pidiendo a gritos socorro a su Padre Eusebio. A veces,
como sucede a todos los misioneros de gentiles, no hallaba modo de expresar en
el primitivo lenguaje de los indios, los conceptos de religión cristiana. Es
conocida la curiosa manera como les explicó la resurrección reviviendo ante
ellos una mosca aparentemente muerta. Cuando admirados exclamaron “Ibimu
Buegite”, Kino había hallado el término propio que buscaba. Por fin , el 10 de
agosto el San Juan estaba de regresó trayendo veinte nuevos soldados,
provisiones y despachos del Virrey. Vino también con él el P. Juan Bautista
Copart y en sus manos el 15 hizo el P. Kino su profesión de cuatro votos. Se
proyectó una extensa exploración a través de los montes mientras, durante el
otoño, el San José iba y venia al río Yaqui trayendo caballos, mulas y
provisiones. En la primera de estas idas, 29 de agosto a 25 de septiembre, el
P. Kino acompañó al Capitán Andrés y consiguió alguna ayuda de los misioneros,
especialmente del P. Cervantes de Torin.
En el viaje siguiente tomó su lugar el P. Goñi. Entre tanto se había
fundado una nueva misión en California en el lugar que se llamó San Isidro,
junto a un abundante ojo de agua pocas leguas, tierra adentro de San Bruno.
La expedición a través de los montes se había
proyectado para diciembre, pero cuando estuvo listo, los soldados se rehusaron
a marchar. La sequía de aquel año había hecho estragos no solo en California
sino también en el continente y las provisiones escaseaban. La Concepción lo
mismo que la lancha, no aparecían y no quedaba para resguardo más que un
barquichuelo que iba a partir para México. Sin embargo, para Kino los clamores
de los cobardes no servían mas que para poner de manifiesto su optimismo, que
era una de sus más sobresalientes cualidades y en sus cartas al Virrey hace
caso omiso de las negras profecías de los descontentos. El San José se hizo a
la mar el 14 de diciembre llevando al P. Copart cuya estancia en California fue
forzosamente corta; el mismo día se hallaba Atondo en San Isidro listo para
emprender con el P. Kino, 29 soldados, guías indígenas y 18 mulas y caballos su
expedición por los montes. Durante un mes atravesaron la Península hasta el Mar
del Sur 36 grados de latitud, hallando el P. Kino en la playa aquellas conchas
azules que quince años más tarde habían de guiar sus empresas. Con los
desengaños crecían las quejas de los soldados y no hubo optimismo capaz de
dominarlas.
En la junta del 7 de mayo de 1685, Atondo, sus
hombres y los misioneros determinaron abandonar la empresa y sus esperanzas de
una nueva cristiandad en San Bruno. Mientras Kino y el Capitán Guzmán tomaban
el rumbo del Norte, en busca de un sitio mejor, Atondo y Goñi se entretuvieron
en pescar perlas en las islas del golfo. Estuvo Kino varios días en la Costa de
Sonora entre los Seris, que le pidieron se quedara con ellos. De vuelta a
Matancehl, se hallaron con orden del Virrey de ir a proteger el Galeón de
Manila, amenazado por algunos Piratas. Halláronlo y volvieron sin novedad a
Acapulco. De allí pasaron a México. Aquí, después de muchas largas, se les
notificó la triste noticia de que por falta de fondos se suspendía la
conversión de la Península. Así acabó esta empresa que diez años más tarde
habrían de resucitar los P. Kino y Salvatierra.
Aquí empieza el P. Kino en sus Favores
Celestiales a referir la serie detallada de su carrera en América. Tan pronto
como se convenció de la dilación en la conquista de la California, pidió y
obtuvo permiso para ir a Guaymas, y dedicarse a la conversión de los Seris con
los cuales había tratado en sus diversos viajes a Sonora. Dejando la capital el
20 de noviembre de 1686, fue a Guadalajara donde alcanzó especiales privilegios
de la Audiencia. Salió de allí el 16 de diciembre y llegó a Sonora a principios
de 1687, siendo destinado no a Guaymas, como lo habría deseado, sino a la
Pimería Alta. Al fin había llegado a la escena donde había de desarrollar su
brillante carrera. Comprendía la Pimería Alta todo lo que es ahora Norte de
Sonora y Sur de Arizona. Se extendía desde el Río Altar en Sonora hasta el Gila
y desde el Río de San Pedro hasta el Golfo de California. A la fecha, todo ello
estaba comprendido bajo el dominio de la Nueva Vizcaya; más tarde se aplicó a
Sonora hasta que el llamado (1854) Gadsden Purchaie recortó la parte
septentrional para la Federación Americana.
Kino halló la Pimería Alta ocupada por las
diferentes tribus de los Pimas. La principal era la de los Pimas propiamente
dichos que vivían en los valles de los ríos Gila y Salado, especialmente en el
lugar que ocupa ahora la Pima Reservation. Los valles del San Pedro y del Santa
Cruz eran habitados por los Sobaypuris a la fecha extintos, si no es que conservan
algo de su sangre los actuales Pimas y Pápagos. Al poniente de los Sobaypuris
en cada lado de la frontera, vivían los Pápagos o como decían entonces los
españoles los “Papabotas”. Al noreste de la línea septentrional a lo largo de
los ríos Gila y Colorado en su parte inferior, habitaban diferentes tribus
yumas como Yumas Cocomaricopas, Cocopas y Quiquimeas. Todo este grupo hablaba
el Yuma, entonces como ahora, del todo distinto al Pima.
Cuando Kino hizo sus primeras incursiones río
abajo de los valles de San Pedro y Santa Cruz, halló en ellos 10 o 12 pueblos
poblados por unas dos mil almas el primero y dos mil quinientas el segundo. En
ambos vivían de la agricultura, cultivando de riego algodón para su vestido;
maíz, frijoles, calabazas, melones y trigo para su alimento. Los Pápágos eran
más atrasados que los Pimas y Sobaypuris, pero en Sonoita al menos, tenían
canales y diques para el riego de sus campos. Los Yumas también cultivaban el
suelo pero parece que no usaban la irrigación artificial. Mucho más notables
que las acequias, todavía en uso cuando llegaron los españoles, eran los restos
de muchas millas de acueductos y extensas ruinas de ciudades largo tiempo atrás
abandonadas cuya construcción atribuyen ahora los eruditos a los antecesores de
los Pimas.
Llegó el Padre Kino a la Pimería Alta en marzo
de 1687 y sin perder un día emprendió su tarea de explorador, apóstol y
fundador de misiones que había de durar menos un año, un cuarto de siglo. A su
arribo la misión más froteriza era Cucurpe (“en donde cantó la Paloma”), en el
Valle que ahora tiene el nombre de San Miguel. Cucurpe es todavía un graciosos
pueblo mexicano dormido a la sombra de las montañas de Cerro Prieto y habitado
por los descendientes de indígenes Euteves
que ahí vivían cuando llegó Kino. Al Este en Nueva Vizcaya existían ya
los importantes reales o minas de San Juan y de Bacanuchi y al sur numerosas
misiones, ranchos y minerales; pero más allá en la Pimería Alta todo era
territorio desconocido donde navegaban libres de todo yugo los Pimas Altos. A
la orilla de esta tierra virgen, quince millas arriba de Cucurpe, fundó Kino
sobre el Río San Miguel en el pueblo indio de Cosari su famosa Misión de
Nuestra Señora de los Dolores. No podía escoger lugar más apropiado ni más
hermoso. Se ha dicho que los misioneros siempre situaban sus misiones en los
lugares más fértiles de su territorio. Es verdad, pero es más instructivo dar
la razón de ello. Y es que los indios mismos solían vivir y fijar su morada en
los más hermosos y fértiles valles a la orilla de un río. Cerca de dicho pueblo
indio de Cosari, el Río San Miguel se escapa de una estrecha cañada cuyas
paredes se levantan a varios centenares
de pies. De un lado a otro del cañón se ensancha el valle y da campo a ricas vegas que se pueden regar y
se extienden media milla de cada lado y
varias a lo largo. Al Este cierra el Valle de la Sierra de Santa Teresa
y al oeste la de Torreón. El Cerro Prieto por abajo oculta Cucurpe mientras la
mole escabrosa de la Sierra Azul impide la vista al norte. A la boca del cañon
por donde sale el río, se destaca la mesa occidental que sólo por el oeste es
accesible. En este promontorio protegido en tres de sus lados por su elevación
y que ofrece una espléndida vista, se había levantado La Misión de los Dolores.
Allí están todavía sus ruinas mirando el valle arriba y abajo, y a la muralla
de sus montañas al Este y al Oeste, al Norte y al Sur, oyendo el murmullo de la
catarata que sale de la garganta del cañón. Poco es lo que queda de la vieja
Misión; una pared de adobe y un motón de escombros son los únicos testigos de
la que fue la más venerable fundación del Norte de Sonora y de Arizona, pues
fue la matriz de todas las demás y por casi un cuarto de siglo la morada del
famoso misionero que las levantó todas.
Desde su avanzada de los Dolores, durante 25
años Kino y sus compañeros ensanchaban la frontera de las misiones y de las
exploraciones a través de la Pimería Alta hasta los ríos Colorado y Gila. En
1695 Kino había ya establecido una cadena de misiones a lo largo de los ríos
Altar y Magdalena. En abril de 1700 fundó en el actual Estado de Arizona la
misión de San Javier del Bac y los años siguientes las de Tumacári y Guebavi.
Convertía aún sus correrías de explorador en misiones ambulantes bautizando y enseñando
la doctrina en numerosos pueblos de indios río arriba y río abajo del Gila, en
la parte interior del Colorado y en cada rincón de la Pimería Alta. Después de
fundadas, Kino dejaba a otros el cuidado inmediato de muchas de estas misiones
o las atendía personalmente de tiempo en tiempo. Tres de ellas sin embargo,
Dolores, Remedios y Cocóspera al Norte en el mismo río San Miguel las fundó,
cultivó y administró más de asiento.
Al principio, al fin y siempre fue Kino un
verdadero misionero. Todo el tiempo que le dejaban sus correrías a través de la
Pimería lo consagraba a enseñar a sus neófitos a construir iglesias y a mejorar
los productivos ranchos que tenía cerca. La relación de la fundación de sus
misiones ocupa largo espacio en sus detallados apuntes. Por ellos se pudo
seguir paso a paso el desarrollo de su Misión de Dolores desde que se puso la
primera piedra de la Iglesia hasta su dedicación. Llegado allí a mitad de marzo
de 1687, antes de fines de abril con la ayuda de los naturales ya tenía lista
su capilla para el culto y su casita propia. En junio presentaba el pueblo el
aspecto de un hormiguero “donde con todo gusto y buena voluntad” los naturales
“hacían adobes, puertas, ventanas, etcétera de una buena casa e iglesia para
sustituir las provisionales”. Acababan de llegar de México las campanas. Su
arribo fue un acontecimiento; y “ahora, dice Kino, las colocamos en la
capillita que hicimos al principio. Los naturales gustan mucho de oír sus
toques nunca oídos por estas tierras. Gústanles mucho también las pinturas y
otros ornamentos sagrados”.
Pasaron seis años antes de que pudiera dedicar
la nueva iglesia pero llegado el tiempo, toda la Pimería se puso de fiesta.
Acudieron de todos los contornos españoles de calidad, Jesuitas y particulares.
“También vinieron muchísimos Pimas del Norte y del Oeste”. Regocijando el corazón del misionero y dando
color local a la brillante ceremonia. Tenemos una preciosa descripción de
Dolores escrita dos años más tarde por el mismo Kino. El lugar, bajo su mágico
impulso, se había transformado en templo, huerta, hacienda, ganadería, todo
junto: “Esta Misión tiene su iglesia bien provista de ornamentos, campanas,
cantores, etcétera. También gran cantidad de ganado mayor y menor, bueyes,
labranza, huerta con diferentes clases de verduras, árboles frutales de
Castilla, uva, duraznos, membrillos, higos, granadas, peras y albericoques. Los
herreros tienen su fragua, el carpintero su taller, los arrieros sus arreos,
los cosecheros su molino de agua, varias clases de semillas, abundantes
cosechas de trigo y de maíz, y otras muchas sin hablar de la cría de caballos y
mulas que no poco se necesitan para el uso de la Misión y las nuevas
expediciones y conquistas y para comprar regalos con qué atraer, ayudando con
la gracia de Dios como es costumbre, a los naturales y ganar sus almas”. Para
administrar tan vasto establecimiento, Kino había organizado todo un cuerpo de
oficiales indígenas, civiles, educativos e industriales: “En Dolores -sigue
diciendo-, además de los jueces, capitán, gobernador, alcalde fiscal mayor,
alguacil, maestros de capilla y de escuela y mayordomos de la casa hay
vaqueros, boyeros, panaderos, hortelanos y pintores”.
Las Iglesias de Remedios y de Cocóspera
tardaron en levantarse hasta 1702. A la fecha arremetió con todo empeño su
perfeccionamiento. Para llevarlo a cabo, nos dice, juntó “maíz, trigo, ganado y
ropa, objetos de tienda como tejidos, mantas y otros artefactos que es la
moneda que sirve mejor en estas tierras nuevas para los trabajadores, carpinteros,
oficiales, comandantes, capitanes y oficiales”. Para vigas y armazones de las
iglesias el incansable misionero hacía rotar pinos y acarrearlos desde los
montes vecinos. Para conseguir la necesaria herramienta iba personalmente a
comprarla a las poblaciones de Sonora. Para trabajar en los edificios invitaba
a los indios de todas las tribus y vinieron dice, “de mucho más lejos de lo que
había pedido, especialmente del Bac”. Las lomas de Remedios y de Cocóspera
empezaron a resonar al son del martillo y de la sierra. Se hicieron adobes,
subieron las paredes, se cubrieron los techos de tejas. Entretanto, trazaba
verdaderos surcos con la pezuña de su caballo yendo y viniendo para ordenar y
dirigir la febril colmena: “procuré todo el año (1703), escribe, ir casi cada
semana a los tres pueblos para cuidar de lo temporal y de lo espiritual y
dirigir la construcción de ambas iglesias”. Es decir cada semana cabalgaba por
Remedios a Cocóspera y volvía a Dolores; unas cien millas cabales.
Los trabajadores necesitaban comida y vestido.
Durante las obras de las dos iglesias comieron 500 bueyes y 500 fanegas de
trigo. Para cubrir su desnudez, gasto Kino $3,000 pesos, una suma que ahora
equivaldría a muchos miles. Su recua no paraba yendo y viniendo a las ciudades y
minas de Sonora llevando al sur costales de harina, maíz, manteca, sebo y
trayendo al norte las preciosas mercancías que necesitaba para las
construcciones. Hay que perdonar al padre Kino si se ufanaba algo de sus
iglesias. El P. Leal clasificaba la Iglesia de los Dolores entre las mejores de
Sonora; pero las de Remedios y de Cocóspera eran mejores: “Cada una -nos dice
Kino- tenía una capilla del apóstol de las Indias y cada capilla hubiera
costado $10,000 si no fuera por la generosidad de estos nuevos cristianos.
Una de las preocupaciones más insistentes para
Kino después de 1699 fue el descubrimiento de un camino por tierra a
California. Desde los días de Cortés y de Cabrillo, habían corrido muchas
diferentes ideas con respecto a la geografía de aquel país que unos miraban
como península y otros como isla. En la Universidad de Indolstadt, el P.
Aygentler le había enseñado a Kino que era Península y en esta firme creencia
había éste venido a la América; pero cediendo a la opinión corriente y a
algunas observaciones propias había dejado la idea y aún en 1689 describía a
California como la “más grande isla del mundo”. Empero durante su viaje en 1699
al Gila ocurrió un incidente que le hizo tornar a su primera teoría de
Península. Fue el regalo que hicieron en la junta del río Yuma de unas conchas
azules como las que había visto en 1685 en la costa del Pacífico de California,
y sólo allí. Si las conchas habían venido a manos de los Yumas del mar del Sur,
discurría, debe haber una comunicación por tierra a California y al Océano por
el país de los Yumas.
Acababa Kino de suspender la construcción del
barco que había emprendido en Caborca y Dolores para la navegación del Golfo.
Dirigió ahora todos sus esfuerzos a averiguar la procedencia de las famosas conchas.
Hizo para ello en 1700 el viaje a San Javier y allí convocó a indios de cien
millas a la redonda y en largas pláticas nocturnas supo que solo del mar del
Sur podían conseguirse las conchas azules. Fue este convencimiento la
inspiración de sus siguientes viajes. El propio año de 1700 llegó a la junta
del Yuma y supo que estaba a corta distancia de la punta del Golfo, lo que
confirmó su idea de la península. Al año siguiente volvió al mismo sitio por el
Camino del Diablo, siguió un tanto el curso del Colorado y pasó al lado de
California sentado en un canasto remolcado por una balsa. Finalmente, en 1702
logró triunfar volviendo a la junta del Yuma bajando del Colorado hasta el
Golfo y vio salir el sol en su extremidad.
Satisfecho de haber demostrado la posibilidad
de un paso por tierra a California, desechó la idea de ser la California y
escribió en son de triunfo: “California no es isla sino península”. Para juzgar
en su verdadero mérito esta hazaña, hemos de recordar los escasos medios de que
disponían y la poca ayuda de los que lo acompañaban. No lo animaban ni le
guardaban las espaldas centenares de jinetes, ni gran acompañamiento de indios
amigos como le sucedió a De Soto y Coronado. Al contrario, excepto en dos
ocasiones fue casi sin soldados y más de una vez sin un sólo blanco. En la
expedición que hizo al Gila en 1697 le acompañó el Lugarteniente Manje y el
Capitán Bernal con 22 soldados. En 1701 fue Manje con diez. Las otras veces
solo iban él, Manje o el Capitán Carrasco. Una vez fue el P. Gil con Manje;
otra, dos sacerdotes con dos particulares. En su última gran exploración al
Gila había un sólo blanco en la comitiva, en las de 1694, 1700 y 1701 penetró
al Gila sin más alma viviente que sus indios. Pero solía ir bien provisto de
caballos y mulas de sus ranchos llevando a veces hasta 50, 60, 80, 90 y aún 130
cabezas, parte para servir de posta y parte para dejarlos en pueblos de indios
como núcleo de cría para sostenimiento de alguna nueva misión que tenían en
mente.
La labor que hizo Kino como ranchero o ganadero
bastaría por sí sola para calificarle entre los grandes hombres de negocios
dignos de memoria. Fue sin la menor duda el rey de los ganaderos de su tiempo y
de su país. Con el pequeño núcleo que le proporcionaron del Este y del Sur otras
misiones ya formadas, a los quince años estableció sus primeros ranchos
ganaderos en los valles del Magdalena, del Altar, de Santa Cruz, del San Pedro
y de Sonoita. Casi veinte criaderos modernos de ganado deben en gran parte sus
principios a este hombre infatigable. Y no hay que pensar que lo hacía por su
propio provecho, pues no tenía la propiedad de una sola cabeza. Lo hacía para
proveer de alimentos a los indios de las misiones que fundaba y pensaba fundar
y para dar a las misiones una base de prosperidad económica y de independencia.
Sería imposible bajar a detalles en un escrito
de la naturaleza del nuestro, pero algunos hechos son necesarios para dar cabal
idea de su obra. Muchos datos naturalmente no se apuntaban, pero los que
tenemos a la vista nos informan que, por sí o por su orden inmediata, tenían
criaderos formados en Dolores, Caborca, Tubutama, San Ignacio, Imuris,
Magdalena, Quiburi, Tumacácori, Cocóspera, San Javier del Bac, Bacoancos,
Guebavi, Síbota, Búsanic, Sonoita, Sáric, Santa Bárbara y Santa Eulalia. Típica
muestra del empuje económico del P. Kino nos ofrece una carta del P. Saeta en
que le da gracias por el regalo de ciento quince cabezas de ganado mayor y
otras tantas de menor para los principios de un rancho en Caborca. En 1699 estableció otro en Sonoita con el
tirple propósito de proveer aquella pequeña misión, de proporcionar alimentos a
los misioneros de California si por acaso llegaban a aquel lugar y como base de
provisiones para las exploraciones que esperaba y de hecho emprendió hacia los
Yumas y Cocomaricopas, de quienes había oído hablar estando en el Gila.
Cuando se fundó la misión de San Javier en
1700, Kino acorraló 1400 cabezas de su propio rancho de Dolores y las dividió
en dos partidas iguales y mandó una de ellas a su Mayoral del Bac donde se
construían los necesarios corrales. No solo surtía sus propias misiones, sino
también las de la desierta California y el año de 1700 sacó de sus propios
ranchos 700 cabezas y las envió a través del golfo al P. Salvatierra hasta
Loreto y se cuentan otros hechos parecidos a éste. No hay que olvidar que Kino
para administrar su ganancias se valía de la labor de los indios casi sin ayuda
de blanco alguno. Buena muestra de su sistema y de las dificultades que ofrecía
se halla en la fundación del importante rancho de Tumacácori, en Arizona. El
ganado vacuno y lanar que Kino mandó llevar cien millas adentro de Caborca, fue
llevado por el propio indio que había matado al P. Saeta. Había siempre el
peligro de que los indios de la Misión se revelaran y se llevaran las bestias
como lo hicieron en 1695, y el peligro más inmediato de los bárbaros Apaches,
Janos y Jácomes que a este daño añadirían la matanza de la gente.
Para los Pimas Kino era el gran padre blanco.
Lo querían, él los quería y estaban dispuestos a morir uno por otro. Se
agrupaban en su torno como atraídos por un imán. Del Noreste, Este, Noroeste y
Oeste surcaban senderos que llevaban a la puerta del misionero que los
hechizaba. Caciques y guerreros venían a asistir a sus asambleas a tomar parte
en sus fiestas religiosas, a bautizarse, a ver las siembras, las cosechas, sus
herraderos. Tenían un afán pueril de dar a Kino gusto en cada uno de sus
deseos. ¿Mostraba interés en las conchas azules?. De ahí en adelante cada delegación
una tras otra, acudía del distante Colorado con tal número de conchas que
hacían de la misión un museo de ellas. El atractivo e influencia casi hipnótica
que ejercía sobre los Pimas lo hicieron naturalmente el protector y guardían de
la frontera de Sonora. Cuando oyeron en 1697 que tenían orden de volver a
California protestaron los españoles y soldados declarando que para la
seguridad de la frontera valía más la presencia del P. Kino que un presidio
entero. La peor peste de Sonora eran las incursiones de los indios salvajes.
Año por año los apaches, jacomes, y otros atacaban y pillaban los pueblos
cristianos. El apache apetecía la carne de caballo y sabía donde hallarlos. Las
vacas, ovejas y cabras no le gustaban menos. Sonora era un país ganadero y los
apaches lo ponían a contribución. Lo peor era que sus rapiñas iban de ordinario
acompañadas con muertes a sangre fría de pacíficos ciudadanos. A veces los
sonorenses atribuían estos crímenes a los Pimas, pero los tales tenían al punto
que vérselas con el P. Kino que resentía en lo íntimo de su ser la tal
acusación y la rechazaba con la pluma con toda la fuerza de su vigoroso
espíritu. La calumnia era por lo común evidente, pues los Apaches aborrecían no
menos a los Pimas que a los Españoles
como se veía año tras año en las luchas que tenían entre sí en los puntos
limítrofes del valle de San Pedro.
Los Pimas eran valientes guerreros y cada golpe
que asestaban a sus enemigos aprovechaba tanto a ellos como a los
españoles. Llegado Kino, los sonorenses
casi nada emprendían sin contar con los Pimas. Cuando organizaban los soldados
una expedición contra los Apaches pedían una leva de Pimas y ésto sólo Kino lo
podía hacer con gusto de ellos. Al punto enviaba mensajeros a los Jefes de los
pueblos citando el lugar y la fecha de la junta. Pero no paraba en esto; tenía
costumbre de regalar terneras para sus indios y aún para los soldados durante
la campaña. El cacique de los Sobaypuris del Este y gran amigo de Kino era el
capitán “Coro”, así llamado por el estruendo de su voz. Más de una vez se había
enfrentado con sus valientes indios a los Apaches y no pocas había prevenido
sus incursiones. No perdía Kino ocasión de valerse de tales casos para probar
la lealtad de los Pimas y rebatir los falsos cargos que se les hacían.
Un ejemplo relatado por Kino bastará para
nuestro propósito. Cierto día de marzo de 1693 cayeron los Apaches en masa
sobre la plaza de Quiburi. Con inusitada caballerosidad consintieron los Jefes
en arreglar el pleito en un desafío diez contra diez de cada campo: Capotari al
frente de diez Apaches y Coro de diez pimas. En la puntería los contrincantes
iban a la par, pero en la destreza para defenderse de las flechas con sus
escudos los aventajaban los Pimas. Tras una encarnizada lucha, nueve apaches
fueron derribados por tierra. Cayó luego Capotari y su cabeza fue magullada por
las piedras. La turba de apaches -contados por centenares-, arrancaron a huir
perseguidos por Coro y sus Pimas. Fue una gran derrota. Varias leguas la tierra
quedaron sembradas de cadáveres de apaches muertos o moribundos; las mujeres y
los niños fueron cautivos y hechos esclavos. A Coro se debió esta gran
victoria; inmediatamente mandó la noticia al P. Kino; pronto apareció en las
lomas de Dolores el mensajero llevaba una larga vara llena de incisiones que
representaba cada cabeza de un apache muerto. Kino a su vez lanzaba voceadores
a todos los pueblos de Sonora para llevar la gran noticia. Pero no faltaron
incrédulos: “el cuento está exagerado”, “los aliados solos no pueden triunfar
así”: ¡era el desafío al campeón de los Pimas!. Al punto monta Kino su mejor
caballo, toma un compañero y galopa cien y más millas al noreste donde se libró
la batalla y con testigos tomados cuenta los cadáveres sembrados en el
desierto. “Vimos y contamos cincuenta y cuatro cuerpos a poca distancia, dice,
treinta y uno de hombres y veintitrés de mujeres. Los naturales nos regalaron
varios despojos que trajimos con nosotros, entre ellos un arcabuz, pólvora y
balas, una chaqueta de cuero, pieles de búfalo y de venado, arcos y flechas y
cabelleras de enemigos muertos”. Costó trabajo, pero los Pimas de Kino quedaron
vindicados. Corrió la noticia, se tocaron repiques en las iglesias de Sonora,
cundió el júbilo y Kino vio llover cartas de encomio. Coro y sus valientes
recibieron el premio prometido pero Kino fue el héroe del día.
El valor, energía y fortaleza de ánimo del P.
Kino no solo son manifiestos en sus exploraciones de tierras vírgenes, o en su
labor de amansar salvajes, sino también en muchos episodios particulares de su
vida. Los meses de marzo y abril de 1695 se levantaron en armas los indios y
martirizaron al padre Saeta en Caborca. Allí en Tubutama mataron a siete
sirvientes de misiones. En Caborca, Tubutama, Imuris, San Ignacio y Magdalena,
es decir, toda la exaltación de los valles de Altar y de Magdalena, quemaron
iglesias, casas, mataron o desparramaron al ganado. El misionero de Tubutama se
escapó por los montes a Cucurpe. Al ser atacado San Ignacio por centenares de
guerreros, el P. Campos buscó el mismo refugio protegido a cada lado por dos
soldados. En Dolores el P. Kino, el Lugarteniente Manje y tres españoles
esperaban la matanza. Un indio puesto en centinela en los montes viendo la
humareda en San Ignacio corrió a Dolores con la noticia de haber sido muerto el
P.Campos con todos su soldados. Manje voló a Opodepe en busca de auxilio; los
tres españoles de Bacanuchi huyeron a su casa y dejaron sólo al P. Kino. Vuelto
Manje al otro día, escondieron los tesoros de la Iglesia en una cueva pero a
pesar de las amenazas de los soldados que querían huir, Kino se empeñó en
esperar la muerte en la Misión. Quiso Dios que no les fuera mal. La mejor
prueba de modestia de esta alma verdaderamente grande es que en su Diario no
habla ni una palabra de este trágico suceso. Pero Manje, que tuvo la flaqueza o
la prudencia de querer escaparse, tuvo siguiera el valor y la generosidad de
dejar el recuerdo del heroísmo del Padre y de sus propios temores.
En 1701 hizo Kino su primera exploración a la
parte inferior del Río Colorado, la primera que se había intentado de un siglo;
no lo acompañaba más que un español. Luego que se apartaron de la tierra de los
Yumas y entraron en la de los Quiquimbas, el español nos dice Kino en su diario
“al ver tal número de indios desconocidos y tales indios eran unos gigantes se
espantó y corrío y no se le vió más”. Pero el misionero dejado sólo, en vez de
volver atrás despachó aviso de que estaba sin novedad, siguió dos días río
abajo, cruzó el Colorado guiado por estos forzudos y mal encarados Yumas, y
recorrió aquel territorio que no había pisado ningún blanco desde 1540. Tal vez
no corría verdadero peligro, pero al menos la situación pareció demasiado
arriesgada para los nervios de su compañero.
¿Y cuál era el carácter personal del P. Kino a
los ojos de los que le conocieron íntimamente? ¿Era tieso, duro y adaptado por
naturaleza a la tosca y dura vida de las fronteras?. No conozco de él ningún
retrato hecho con luz solar o con pincel, pero por fortuna tenemos una pintura trazada
por la pluma del que le acompañó los últimos ocho años y fue su sucesor en
Dolores. El P. Velarde nos dice que Kino era modesto, humilde, asceta de
agradable trato, del tipo medieval, educado por su valiosa carrera religiosa en
el completo olvido de su propio valer. No me sorprendería hallar que, como Fray
Junípero Serra, era tan delgado de cuerpo como de bella alma. “Permitidme -dice
Velarde-, agregar lo que observé los 8 años que fui su compañero. Su plática
preferida era sobre los nombres de Jesús y de María y sobre los gentiles por
cuya conversión no cesaba de elevar a Dios incesantes plegarias. Lloraba al
rezar su breviario. Le encantaban la vida de los Santos cuyas virtudes nos
predicaba. Se encendía en ira cuando reprendía a algún pecador, pero cuando
alguno le faltaba a él personalmente dominaba tan bien su genio que tenía
hábito de alabar a cualquiera que lo trataba mal de palabra, obra o escrito...
y si lo hacían en su cara, echaba los brazos al ofensor diciendo: ‘usted es y
ha sido siempre mi más querido amigo’, aun cuando no tuviera ninguna
inclinación hacia él. Luego tal vez se iría a postrar a los pies de su Divino
Maestro y de su Dolorosa Madre, en cuyo templo iba a orar cien veces al día. No
usaba vino más que para decir misa, su almohada eran los sudaderos de los
caballos, su cama una piel res y sus cobertores dos frazadas de indios. No
tenía más que dos camisas de tela corriente; todo lo demás lo daba de limosna a
sus indios. Era manso con los demás y cruel para sí. Cuando lo aquejaban sus
fiebres, se curaba ayunando 6 días no levantándose más que para decir misa. Con
solo debilitar la naturaleza dominaba la calentura”.
¿Quién no se admirará de que un hombre de este
temple pudiera sobrellevar sin la menor dificultad los arduos trabajos de sus
exploraciones? Kino murió a la edad de 66 años en Magdalena, una de las
misiones por él fundadas. Aún lo
acompañaba el P. Campos que fue su colaborador durante 18 años. Velarde
describe así los últimos momentos: “Murió Kino en 1711, después de 24 años de
gloriosa labor en la Pimería que recorrió enteramente en 40 expediciones
haciendo el trabajo de dos celosos operarios. Murió casi de 70 años con la
extrema humildad y pobreza en la que había vivido. Su ropa de cama fue la misma
que usaba en Dolores, ni se desvistió para morir... ni pidió cosa alguna al P.
Campos. Falleció en la casa de éste donde había ido a dedicar una capilla en
honor de San Miguel. Mientras cantaba la misa de dedicación se sintió
indispuesto y parece que el gran Apóstol de las Indias de quien había sido
siempre muy devoto, lo llamaba para que, sepultado en su capilla, lo acompañara
como creemos en la gloria”.
Bien pudiera aplicarse a Kino las palabras que
el elocuente escritor John Fiske refiere a Las Casas, el gran protector de los
indios: “Al contemplar tal vida todas las palabras de alabanza son débiles e
inútiles. El historiador puede solo inclinarse con respeto delante de tal
figura. Cuando de tarde en tarde en el discurso de los siglos manda la
providencia de Dios tales hombres al mundo, su memoria debe conservarse con
cariño por la humanidad como la más preciosa y sagrada de sus preseas. Para los
pensamientos, las palabras, las hazañas de tal personaje, no hay muerte que
valga; la esfera de su influencia se va ensanchando para siempre... retoñan,
florecen y llevan fruto de un siglo a otro”. Fernando Pesqueira, publicado en El Imparcial, Hermosillo
Sonora, México, mayo de 1945.
Acrílico de Livio Conta, Segno Italia.
Localización del poblado de Segno en el norte
de Italia.
Elaborado
por: Ing. Manuel de Jesús Sortillón Valenzuela, Diciembre de 2003.