VILLISTAS CONTRA CARRANCLANES

Por: Don Fernando A. Galaz

Editado por: Ing. Manuel Sortillón V.

 

Hacía tres días que los “Maytorenistas” (Villistas) habían huido de Hermosillo dejando a la ciudad sin autoridades, salvo unos cuantos policías municipales que en escuálidas arpas hacían servicio de vigilancia; un grupo de civiles voluntarios que hacían lo mismo y unos veinte yaquis que al mando de Cobanahui de la Matanza, su sola presencia imponía respeto al más pintado. Eran los primeros días de noviembre de 1915 y el “borrego” del día era de que Villa entraba a Sonora por el Cañón del Púlpito con poderoso ejército de las tres armas, y que los “Carranclanes” (Carrancistas o Constitucionalistas) venían por el sur del Estado capitaneados por el General Manuel M. Diéguez. Días de angustia y zozobra, días en que sin estar decretado el estado de sitio, se aplicaba muy cómodamente la Ley Marcial, o sea, el asesinato legalizado. La noche del 15 de noviembre quizás serían las nueve y hacía una hora que habían pasado la ronda de policías, cuando tocaron con desesperación la puerta de la casa:

 

-¿Quién?, preguntó mi papá con un 30-30 en la mano…

- ¡Gringo! , se escuchó detrás de la puerta… ¡Déjame pasar la noche aquí, estoy sola en la casa y me estoy muriendo de miedo!.

Era una vecina del barrio con unas cobijas en los brazos; mi madre le señaló lugar donde se acostara, pero en vez de tender llena de algo más que de miedo, de terror, contó:

- Me dejó sola el condenado de mi hijo para irse a puchar el corcho y mi marido tanto que le rogué que no lo hiciera, se fue con la tropa de Maytorena al norte. Bajé al corral de la casa porque estaba oyendo patalear a la mula; la vi meneando muy feo las getas, paradas las orejas y llevando seguido el hocico al viento… el animal no se puede equivocar “Gringo”… está oliendo a los Yaquis.

Mi padre decide investigar:

-Vente conmigo “Maistronando(yo)… tú “Toño” (mi hermano)… prepara el carramplón pero no tires a no ser que alguien tire a la casa…

Bajamos al corral que estaba pegado al río; la noche era cordial y silenciosa… mi  papá se tiró de panza en la arena pegando los oídos en el suelo y yo lo secundé..

-¿Hay algo apá?...  contestó:

-Sí, como a dos kilómetros de aquí viene un grupo de hombres con esta dirección.

Permaneció mi papá varios minutos escudriñando con la vista al poniente y a mí las corvas se me aflojaron… ¡que nochecita aquella!. Mi papá me indicó:

-Mira… ahí esta el grupo… va entrando al callejón por la casa de la “Tila” (mamá de mi compadre Alfonso Mar y hermanos que lo acompañan)… vámonos con tu mamá…

Al llegar a donde estaba mi amá y los demás, inmediatamente para evitar que la vecina se pusiera histérica le dio un “churumbón” del bueno. La vecina, por el miedo o porque le gustaba, hizo del “churumbón” buche y triple trago. Nos situamos en los puntos que él consideró mejor y nos dio a mí y a mi hermano dos paradas de tiros; apagó la luz de la amplia sala y se hizo la oscuridad. ¡Qué feo es el miedo!... ¡qué torturantemente cruel es esperar que siga la vida sabiendo que la muerte nos acecha!; en ese abominable silencio permanecimos unos minutos… de súbito, un grito sacudió el silencio.

-¡Ay Mavachenta!

Quiso contestar la vecina pero un severo shhist le calló la boca. Era de Manuel “El Chino” de la esquina que imploraba a su mamá Vicenta…. Los yaquis habían saqueado el tendajón del infeliz coludo. Sentimos que los asaltantes venían rumbo a nuestra casa y así era; cuando llegaron al frente se pararon. Los pelos se nos pusieron de punta y luego se ensortijaron como si hubiéramos jalado un cigarro de grifa tras un trago de mezcal… tocaron…

-¿Quién?...

Nos levantamos de nuestros asientos con el dedo metido en el gatillo de los rifles…

-Soy yo…

Respondió una voz desde afuera…

-Soy tu compadre Luis.

Mi “apá” reconoció la voz de su compadre y peón y abrió; hablaron en la lengua los dos…

-Compadre de a tiro la friegas y te haces menos; le distes agua al “chinacate” de Manuel.

-No compadre… le apretamos tantito el guerguero, se le jué la tripa y azotó como vaca vieja… contestó mi  padre.

De ahí, del grupo de yaquis que estaba enfrente cargado de provisiones, con la aprobación de todos uno de ellos le dijo en la lengua de Castilla:

-Compagre Gringo no te azorrilles; nadie de la nación te hará daño; agora, como tu compagre Luis le da pena decirlo y a mi también, pero no me ves la cara; te lo voa decir; ese infeliz chinacate no tenía surtido; llevamos una vicoca de provisiones… ¿no tiene algo compagre para acompletarnos?

Riéndose mi apá les dijo:

-Por ahí debían haber empezado… entra compadre José con un compañero… ahí en la otra pieza hay provisión, pero llévate mejor una o dos pacas de carne seca porque eso es lo mejor para el camino.

Cuando cargados los indios con las pacas de carne seca salían, uno de ellos clavando los ojos en la vecina, con voz y ademán zorreño le dijo al pasar:

-Que güenota tás Michayla… quien contestó..

-Pos cuando quieras.. u…sí… ahí vivo enseguidita.

Por unos instantes la concurrencia en sus ojos se dibujó el reproche, pero luego todos se soltaron riendo. Mi padre le preguntó:

-¿Cuándo vuelven al trabajo compadre Luis?

-No se compagre… e menos agora que las cosas están de la patada. Afigúrese que tenemos que ajuntarnos en el Alamito con el jefe Urbalejo.

 

Contentos los indios doblaron la esquina de la casa, tomaron el callejón y en el inmenso arenal del río se siguieron; nos acostamos con el rifle en la cabecera y las mujeres rezando al Angel de la Guardia. Así por el estilo pasaron unos días; apenas las cosas comenzaban y ya soñábamos con el fin; y en esta incertidumbre, en esta inquietud, en este infierno llegó el 16 de noviembre de 1915 cuando llegaron a Hermosillo los “Carranclanes” y en los cines, cantinas, cabarets, en el mercado y en todas partes, estalló trepidante la dinamita de la lengua que decía: “… ahí viene Villa…”; el socialista romántico de las campiñas, el macho castigador de las rancherías, el astuto y cruel.  Villa era el indómito, el legendario y la verdad, aquí en Hermosillo se le tenía miedo. Llegaron como unos 5 mil hombres muy bien equipados con uniformes color olivo, bien acabados zapatos de estilo, dinero, provisiones, armamento de todos calibres y parque de rifle, ametralladoras y cañones les sobraban. El dinero que ellos traían se cotizaba a 4 pesos por dólar y el de nosotros a 30 mil por uno… ¡nada!. La tropa, para mejor decir, la galería de Nayarit y Jalisco no conocían Sonora; de inmediato encerraron a la ciudad en un círculo de loberas pero la mayoría de los contingentes se fue a “El Alamito”, donde Villa y sus mejores hombres se preparaban para el combate.

 

 

Multitud de jóvenes que no traían soldaderas y que estaban en las loberas que partían el corral de nuestra casa, acudían a nosotros en busca de alimentos medianamente condimentados; ahí conocieron estos foráneos milicianos y saborearon hasta el éxtasis la carne asada acurrucada en tortillas de harina, el requesón aprisionado en tortillas de manteca, la carne seca apretujada en burro, el quelite, la verdolaga sudando queso, el pozol de trigo, la gallina pinta, el inquitante afrodisiaco agua de gallo y los suaves y optimistas frijoles maneados con quesadillas de Torres.

 

Del 11 al 14 de noviembre es una de pasar tropa rumbo al norte; infantería y artillería por tren y por tierra la caballería sin faltar como es natural las brigadas de soldaderas, las  heroicas que alimentan y cuidan a su Juan y en ocasiones, cuando es abatido su hombre, toman el arma y continúan la batalla que dejó inconclusa su marido. ¡Bendita entre las benditas seáis.. sin par las heroicas y nobles  soldaderas mexicanas!. A la estación del ferrocarril donde como nunca está pletórica de mirones, comienzan a llegar en góndolas los heridos carrancistas; de ahí son trasladados al Hospital Militar (Hoy Escuela Jesús García) y al de sangre que se ha improvisado en el edificio que fuera del Banco Minero de Chihuahua –hoy Las Novedades-.

 

Es el 16 de noviembre de 1915; Villistas y Carrancistas pelean como perros enyerbados en el Zacatón, en el Alamito y muy cerca de Hermosillo donde queda como Jefe de la Guarnición el General Miguel Acosta. Sin llegar al pánico, hay inquietud en la ciudad y los primeros signos de temor de la tropa guardián del pueblo se empiezan a notar cuando formando un círculo de loberas y trincheras, encierran a nuestra capital. A la cárcel envían docenas de gente sospechosa de villistas y hasta el Cobanahui de la Matanza José María Valencia, entre una lluvia de hirientes puyas y chifletas. Todos ellos pobres infelices, son candidatos al paredón y ni modo, la guerra que tiene la virtud de sacar de los humanos el instinto de fiera que a escondidas llevamos dentro.

Es el 18 de noviembre, los borregos sobre el resultado de la batalla de El Alamito se contradicen; unos que le pegaron corbata a los carranclanes y otros que le quitaron lo bravo a Villa; se decreta la Ley Marcial pero ni eso siquiera mortifica al pueblo que sereno y resignado espera lo que ha de venir. El civil de la calle, con su filosofía particular al ordenarle que se recluya en su casa, que se proteja, que le puede tocar una bala, responde con gracejo desafiante: “lo mismo da que sea una bala o lo que sea, pos por  cornada de burro no he de morir”.

 

El 19 entran a Hermosillo las tropas carranclanes que pelearon en El Alamito. Dicen ellos que derrotaron a Villa y que como medida estratégica se repliegan; el día 20 crece el temor de la tropa carrancista al saber que llegan al mando de los Generales Fructuoso Méndez, Trujillo y Creel,  centenares de soldados carrancistas que son atacados por una fuerte gripe con diarrea que ellos llaman “fríos”; dejan en el río y en las calles las huellas pestilentes de sus adoloridas tripas y en las casas de los barrios aledaños, hileras indias interminables de robustos piojos blancos. En la aurora del 21 de noviembre la tropa carrancista estaba parapetada en el corral de la casa; todo el día hasta el atardecer hubo movimiento de tropas de infantería y caballería en la ciudad; se suspendió hasta el servicio de carruajes y tranvías,  porque caballos y mulas fueron requisados concentrándolos primero en los cuarteles y luego, al siguiente día con el debido equipo de jinetes, se concentraron listos para atacar en los datileros que están frente al Colegio Leona Vicario. A las 5 de la tarde se abrió un paréntesis de relativa calma, pero fue roto cuando al anochecer en los cerros de Santa Martha inmensas fogatas iluminaron las montañas.

 

 

En la faz de los inexpertos jovenazos de la tropa carranclana se retrató en cinescopio el temor; minutos después por el noroeste de la ciudad se comenzó a escuchar el ruido pascoleta de ametralladoras y el agudo y crispeante ulular de las balas de fusilería. Con cartucho cortado en nuestros 30-30 pasamos la noche con eterna calma; al no oír disparos de artillería ni de otras armas, pensábamos nosotros que Villa atacaba con desgano. Atacaban el General Francisco Villa, Eduardo Ocaranza, José Antonio García, Fructuoso Méndez, Jesús Trujillo, Luis Buitimea y otros con unos tres o cuatro mil hombres; defendían  el Gral. Manuel M. Diéguez como Jefe de Operaciones con su segundo de abordo el General Angel Flores, así como los generales  Gavira, Luis Hernández y otros.

 

Como a las 2 de la tarde salieron de la Penitenciaría del Estado 3 presos villistas escoltados por 6 soldados; dos de mediana edad y uno muy robusto. Se vino todo el grupo por la hoy Jesús García, brincaron  los rieles del ferrocarril en la hoy Revolución y llegaron hasta el Panteón. Iban con las manos atadas dos de ellos jirimiqueando, acobardados, mientras que el más jovencito caminaba sin ningún gesto que denotara cobardía. Les armaron el cuadro y empezaba el subteniente encargado de la ejecución a dar las órdenes cuando el jovencito les dijo: “… desáteme las manos cuando caiga al suelo”… El Capitán contestó: “… bien hecho”..

 

Antes un soldado los desató  y aquellos que momentos antes jirimiqueaban, ahora se limpiaron las lágrimas, irguieron sus pechos, levantaron sus caras y sonrientes los tres se miraron por última vez.  A la descarga de los máuseres tres cuerpos cayeron al suelo y no necesitaron o no quiso el Capitán darles el tiro de gracia. Los cinco soldados permanecieron petrificados y volvieron en sí cuando el teniente con rabia exclamó: “… guerra hija de su maldita madre”…

 

Por la noche del 21, ametralladoras y fusiles mas no cañones no paraban un segundo; los techos de vidrio del mercado se dolían de las heridas de las balas; caían ahí en las calles por doquier, pero el Juan Don Nadie del pueblo le importaba una tiznada todo. A los combatientes, la furia del odio contenido los desquiciaba pintando horrores en el negro paisaje de la guerra fraticida. Ya a estas horas el nivel de los excrementos de la bisoña tropa carrancista sube; atropellan la decencia y escudándose en el miedo, de mojoneras pestilentes llenan la ciudad y allá en los patios de la Penitenciaría el monstruo de la guerra plasmaba su odio, su venganza, al hacer balancear sobre el vil poste el rechoncho cuerpo del Cobanahui José María Valencia, que con la amoratada lengua de fuera parecía querer escupir a sus verdugos; además ahí en la calera de Peralta (Cerro de la Campana, inicio de la calle Ing. Felipe Salido), una humareda y olor a carne asada abrían el apetito. Eran los cuerpos de dos locos que ardían en leña verde arrojados al vientre enorme de la calera por la soldadesca ebria de miedo, de odio, paranoica y ruin como ninguna… ¡nosotros lo vimos!...

 

Llega el 22 y aprieta el empuje de los atacantes que llegan hasta el Cementerio, hasta la Zona de Tolerancia (Calle Puebla) y hasta San Antonio. Son los Yaquis que quieren tomar la plaza porque aquí están sus familiares, sus mujeres disimuladamente prisioneras. Atacan con bravura, con coraje, con decisión formando una infernal línea de fuego y en la tropa que está sin pelear, la del sector sur, que corre de oriente a poniente de la ciudad, lo mismo que en todo el pueblo, tiemblan de miedo, de angustia y de pavor porque saben que se les ha prometido a los villistas si toman la ciudad: tres días libres o lo que es lo mismo, crimen y violencia a placer. Así: ¿cuál es el guapo que no tenga miedo?. Las balas pregonando muerte que llueven por doquier, no es tanto como la sentencia que se cierne sobre la cabeza de todos; la moral de la tropa está en el suelo, la del pueblo la levanta la promesa de un valiente.

 

Al mediodía de ese cruento día, en el que cayeron docenas de soldados y los coroneles José Mancillas e Ignacio Lugo, por ahí en la Estación del Ferrocarril está el General Manuel M. Diéguez y unos oficiales del Estado Mayor. Saborean tragos de confortante “chanate” al compás del silbido de las balas cuando se apersona el General Angel Flores y cuadrándose ante el Jefe con voz calmada dice: “a sus órdenes mi General”. Interrumpe el acto un chero mozalbete quien entrega a Diéguez una carta para él y otra para Flores, nada menos que del General Villa. El mensajero, sin esperar un segundo se escurre como águila y se pierde entre los carros de la Estación. Con súbita sorpresa pasa al leer las cartas de Villa que los invita a que como mexicanos valientes le den opinión de lo que ha hecho Carranza al celebrar un convenio con Estados Unidos, convenio que él (Villa) considera deshonesto. Termina un breve comentario sobre las cartas y habla el Jefe: “… General Angel Flores… proceda de inmediato a dar las órdenes necesarias para evacuar la plaza…”. 

- No puedo mi General.. responde Flores con voz fuerte; Diéguez extrañado lo cuestiona:

-¿Porqué… se insubordina entonces?. Flores con firmeza le responde:

-Nunca mi General… Con recto proceder y hombre de criterio explica:

- Hoy como a las 8 de la mañana una numerosa comisión de hombres, señoras y señoritas casi histéricos, ante la amenaza de Villa de dar a su tropa tres días libres si toman Hermosillo, me pidieron casi en súplica… y vaya que esta gente no es de la que suplica… que no los abandonara; que los defendiera…. Yo mi General, les di mi palabra de honor que los defendería a como diera lugar…

Diéguez se levantó de su oficina, se caló sus anteojos, se retorció los bigotes y tendiéndole la mano a Flores le dijo:

-La palabra de un militar es sagrada… ¡cúmplala!…

 

 

Nos dimos cuenta cabal de estos conocimientos; palpamos, vimos con nuestros ojos el estado crítico de la situación; el ánimo decaído de la tropa y aunque resulte rudo el término, palpitaba y fuerte el miedo. ¿Qué le pasó al General Villa al no aprovechar el estado sicológico de la tropa carrancista?;¿Dónde estaba su genio, donde su intuición, donde el estratega?Con un poquito de eso hubiera tomado Hermosillo… ¡ni siquiera movilizó la caballería del General Medinabeytia que aburrida se estacionaba en el Palo Verde!.

 

El Mayo Jiménez y otros oficiales recorrieron el sector que a esas horas entraba en acción, donde los “fríos” (diarrea con gripe) y el temor hacían estragos. La noticia de la decisión del General Angel Flores y cortas arengas a los oficiales, a los Juanes, reavivó el ánimo caído. La balacera tan movida parecía el loco frenesí de una polka bailada en ramadón de rancho. Al obscurecer, el sector inactivo relevó a los que tenían muchas horas de estar peleando. Los recién llegados daban la medida y al anochecer de repente el fuego cesó; ¿qué había pasado?. Los Yaquis al son de sus fúnebres tamborcillos se habían retirado aunque por el Puente Colorado, El Mariachi y El Ranchito seguía la lucha toda la larga noche.

 

Amaneció el 23; la refucilata no paraba y después de mediodía entró a Hermosillo con bandera blanca el General Luis Buitimea con 500 hombres. La balacera no cesó; siguió la macabra danza de la muerte en toda pujanza hasta que al amanecer del 24 en el claro oscuro del despuntar del día el fuego cesó. Los Villistas sin ser perseguidos ordenadamente tomaban otros rumbos; Hermosillo a pulmón abierto jubiloso respiró. Fueron 4 días de agonía que aún mirándolos a distancia de los años a nadie se lo deseamos.

 

 

NOTA BIOGRÁFICA:

General Manuel M. Diéguez

 

MANUEL MACARIO DIEGUEZ LARA (1874-1924).  Nació en Guadalajara el 10 de marzo de 1874, fue una de las figuras fundamentales del Occidente del país durante los violentos años de la Revolución Mexicana. Nacido en el seno de una familia muy humilde, sólo pudo cursar los estudios elementales teniendo que iniciar el trabajo, razón por la cual se trasladó a Mazatlán donde se dio de alta en el transporte militar “Oaxaca”. En estos años aprendió el arte de la guerra, que posteriormente le serviría en el desempeño de sus actividades militares. Trabajaba en la mina “Overight” en Cananea, y debido a las prácticas discriminatorias que vivían los mineros, encabezados por Diéguez los de Cananea fueron los primeros obreros en pedir un salario mínimo suficiente y una jornada laboral de ocho horas. La respuesta fue violenta por parte de los patrones y Diéguez fue sentenciado a 15 años de prisión, pasando un tiempo en la cárcel de Hermosillo y luego en las mazmorras de San Juan de Ulúa. Gracias al triunfo de la revolución maderista fue liberado y regresó a Cananea, donde fue electo alcalde. Al enterarse del golpe de Estado de Victoriano Huerta se incorpora a la lucha con 400 hombres, desconociendo al nuevo régimen. En los primeros días de junio de 1914 fue nombrado gobernador de Jalisco, teniendo como sede la población de Etzatlán. En su primer mensaje se comprometió a realizar reformas para lograr el bienestar de la población. La oposición a Villa le gana el grado de General. Como militar cuenta con una hoja de servicios impresionantes, sin embargo, también hizo hincapié en defender los planteamientos sociales más avanzados del proyecto revolucionario. Para combinar su doble responsabilidad de político y militar contó con el apoyo de Manuel Aguirre Berlanga, Tomás López Linares, Emiliano Degollado y Manuel Bouquete, quienes fungieron como gobernadores interinos. En su gestión impulsó la educación orientada hacia el trabajo, creando la Escuela Industrial para Señoritas. Construyó junto a la Penitenciaría de Escobedo, los edificios de la Universidad de Guadalajara y de la Escuela de Música. Inició las líneas de ferrocarril a Chamela, colocando Carranza el primer clavo de los durmientes. Fue declarado Gobernador Constitucional el 1 de marzo de 1915, sin embargo dejó el cargo para incorporarse a la lucha en contra de la reelección de Alvaro Obregón. Fue aprehendido y fusilado en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el 20 de abril de 1924.

 

TOMADO DE: http://www.fomentar.com/Jalisco/Tapatios/index.php?codigo=100&inicio=0

 

GENERAL ANGEL FLORES

Militar revolucionario y Gobernador del Estado de Sinaloa. Ángel Flores nació el 2 de octubre de 1883 en el pueblo de San Pedro, actualmente perteneciente al municipio de Navolato, Sinaloa; sin embargo, algunos cronistas sostienen que vio la luz en el pueblo de Lo de Sauceda, ubicado en el mismo municipio, lo cual no ha sido posible corroborar en virtud de que su acta de nacimiento no ha sido localizada en los archivos del Registro Civil.


Según el historiador regional Antonio Nakayama, Ángel Flores fue hijo natural del agricultor Bruno Camacho y de doña Juana Flores. Supone Nakayama que luego del nacimiento de Ángel Flores, su madre lo llevó consigo a vivir al pueblo de Capirato, Mocorito, donde lo bautizó en el templo del lugar, según una partida de fe de bautismo que se localizó con esos nombres.
Se sabe que durante los primeros años de su juventud fue grumete en el vapor «Altata», capitaneado por Joaquín Arano. Asimismo, fue marinero en barcos de matrícula extranjera, en los que navegó por mares de todo el mundo. Quizá en esa etapa de su vida, plena de aventuras, haya adquirido el hábito de fumar en pipa, ganándose el mote de «El Cachimba», sobrenombre que lo identificó entre sus compañeros de armas años más tarde.


Después de radicar algunos años en la ciudad de San Francisco California, Estados Unidos, Ángel Flores regresó a México y vivió en el puerto de Mazatlán donde trabajó en los muelles como estibador, alcanzando al tiempo el puesto de capataz de cuadrilla gracias a su capacidad de mando.


En 1909, participó activamente en las huestes mazatlecas que apoyaron la campaña política de José Ferrel Félix, candidato independiente a gobernador de Sinaloa, quien tuvo como contrincante a Diego Redo, rico hacendado de Culiacán, impulsado por el régimen porfirista a través del Secretario de Hacienda José Yves Limantour.


Se incorporó al movimiento armado de 1910, en Siqueros, Mazatlán, al unirse a la guerrilla de Pomposo Acosta. Luchó por los postulados antirreleccionistas de don Francisco I. Madero, y al triunfo de la revolución volvió a su antigua ocupación en el muelle de Mazatlán.
Se casó con Beatriz Pérez con quien procreó tres hijos: Francisca, Ángel y Raúl.
Cuando el presidente Madero fue asesinado en febrero de 1913, durante los hechos sangrientos de la «Decena Trágica», y los militares federales porfiristas retomaron el poder, Ángel Flores se refugió en el pueblo de El Potrero, uniéndose a las fuerzas rebeldes de Juan Carrasco, convirtiéndose en su lugarteniente.


En el Cuerpo del Ejército Constitucionalista del Noroeste, comandado por el general Álvaro Obregón, Ángel Flores escaló grados militares por méritos en campaña. Durante el largo asedio al puerto de Mazatlán por parte de las fuerzas constitucionalistas, el exmarinero se distinguió por su valentía y bravura en los combates, lo que le valió obtener el grado de general brigadier. Para entonces ya se había independizado del general Juan Carrasco. Y a fines de 1914, comandaba el Sexto Batallón de Sinaloa.


Ángel Flores había tomado partido por Venustiano Carranza en los días de la Convención de Aguascalientes, y enfrentados carrancistas y villistas, combatió con éxito a las tropas del Centauro del Norte en el norte de Sinaloa y en Sonora.
A mediados de diciembre de 1914, marchó a Sonora a la cabeza de una brigada que se denominó «Columna Expedicionaria de Sinaloa», compuesta por los batallones 2°, 3°, 4° y 6°, y el Primer Regimiento de Caballería, además del 2° Regimiento que se encontraba destacamentado en San Blas, Sinaloa, en previsión de que se registrara un avance proveniente del norte de parte de fuerzas villistas comandadas por José María Maytorena, quien para ese entonces dominaba casi todo el territorio del estado.
Los jefes y oficiales que integraban la columna militar fueron los generales Manuel M. Metza y Herculano de la Rocha; los coroneles Mateo Muñoz y Manuel A. Salazar; tenientes coroneles José María Galaz, Anatolio B. Ortega, José Aguilar Barraza, Guillermo Nelson, Mateo de la Rocha, Pablo E. Macías Valenzuela, Leonides García, Benjamín Chaparro y Roberto Cruz, incorporándose después el teniente coronel Arnulfo R. Gómez.


El 23 de enero de 1915, ocupó la plaza de Navojoa, desde donde dirigió con valentía y decisión la defensa de la plaza cuando fue sitiada por los villistas, resistiendo varios meses el asedio, así como los ataques de los días 18 y 19 de abril, hasta que los atacantes declinaron en sus propósitos.


Igualmente, a fines de noviembre de 1915, destacó en el sitio de Hermosillo, Sonora, cuando salió al frente de su columna y derrotó a las fuerzas atacantes dirigidas personalmente por Francisco Villa. Participó además en las batallas de Alamitos y San Joaquín, persiguiendo y venciendo a las fuerzas de la legendaria División del Norte.


De regreso a Sinaloa, el general Ángel Flores fue designado gobernador y comandante militar, con residencia en Mazatlán, nombramientos que le otorgó don Venustiano Carranza como titular del Poder Ejecutivo de la Nación, tomando posesión de ambos cargos desde el primero de mayo hasta el 22 de octubre de 1916.


Al ser declarado Gobernador Constitucional del Estado de Sinaloa el general Ramón F. Iturbe, para el período del 27 de septiembre de 1917 al 26 de septiembre de 1920, luego de haber triunfado en los comicios convocados de acuerdo a la Constitución de 1917, Ángel Flores, a la postre el candidato derrotado, abandona la entidad trasladándose a Navojoa.
En 1919, la XXVIII Legislatura del Congreso del Estado, autorizó al Ejecutivo del Estado para celebrar con el general Ángel Flores, un contrato de concesión para la implantación de la industria harinera en Sinaloa, según decreto número 63, de 10 de junio.


Un año después, se adhirió al Plan de Agua Prieta, siendo factor importante para el triunfo de esta revuelta que puso fin al gobierno y a la vida de don Venustiano Carranza, y como recompensa por sus servicios alcanzó el grado de General de División, designándosele además jefe militar de la División del Noroeste.


En ese mismo año, es nominado como candidato a Gobernador del Estado de Sinaloa, resultando electo. Tomó posesión del cargo el 27 de septiembre de 1920 en el teatro Apolo, en Culiacán.


Durante su período gubernamental de cuatro años (1920_1924), el general Ángel Flores se dedicó a la reconstrucción económica de la entidad, la cual había quedado arruinada como consecuencia de la guerra. Materialmente hacía falta todo: caminos, agua potable, energía eléctrica, escuelas, alimentos y fuentes de empleo. Fue el pionero de la irrigación en Sinaloa, pues se le acredita la construcción del canal «Rosales», con el cual cobró auge la agricultura en el valle de Culiacán.


En 1922, fue comisionado por el presidente Álvaro Obregón para realizar un viaje de varios meses por países europeos y asiáticos. A su regreso, siguió gobernando en Sinaloa a través del coronel José Aguilar Barraza, ingeniero Manuel Rivas y, los licenciados Victoriano Díaz Angulo y José María Tellaeche, que ocuparon los cargos de gobernador de manera interina o substituta.


En 1924, lanzó su candidatura a la Presidencia de la República apoyado por grupos conservadores, entre ellos el Sindicato Nacional de Agricultores. Su contrincante fue el general sonorense Plutarco Elías Calles. Ángel Flores hizo su campaña política en 16 estados de la República, cosechando simpatías y adeptos. Pero, al perder las elecciones frente a quien sería después el «Jefe Máximo de la Revolución», se retiró en 1925 de la vida pública, pobre y decepcionado de la política.


La XXXI Legislatura del Congreso del Estado de Sinaloa, en premio de los servicios prestados al Estado, le otorgó una recompensa de cinco mil pesos, según decreto número 20, de 22 de octubre de 1924.


Ángel Flores murió en la ciudad de Culiacán el 31 de marzo de 1926, en una habitación de la planta alta del edificio ubicado en la esquina de las calles de Rosales y Andrade, y que algún tiempo albergara al hotel Granada. Algunos cronistas e historiadores han afirmado que murió envenenado con arsénico.


De acuerdo a lo narrado por el mayor Santiago Gaxiola, jefe de ayudantes del general Flores, se tuvo que recurrir al auxilio de la caridad pública para sepultar a quien había sido el mejor soldado de la Revolución, según confesión del general Álvaro Obregón.
Para ese propósito, se colocaron sábanas de manta en un lugar céntrico de la ciudad donde la gente depositó monedas y billetes. Fue inhumado en el panteón civil de Culiacán. Muchos años después sus restos fueron depositados en la Rotonda de los Hombres Ilustres de Sinaloa.


El Congreso del Estado de Sinaloa, a través de su XXXI Legislatura, declaró día de luto en el estado el 31 de marzo, aniversario de su muerte, ordenando que la enseña patria ondeara a media asta, según decreto número 193, de 24 de abril de 1926.
Una sindicatura del municipio de Navolato lleva su nombre; un estadio de béisbol en Culiacán, así como calles y escuelas de las principales ciudades de la entidad.

 

Tomado de: http://www.congresosinaloa.gob.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=102&Itemid=73