CAPITULO II:

“La Fundación del Real Presidio de San Pedro de la Conquista del Pitic”

 

Casi a mitad del siglo XVIII la colonización española empezó a sufrir el rechazo de los aborígenes sonorenses. Los principales cabecillas yaquis Juan Ignacio Usacamea (Muni) y Bernardo Felipe Bacoritimea organizaron una sublevación en contra de los españoles, hartos de las injusticias que se venían cometiendo en contra de los de su nación. Planearon un gran movimiento para el día 24 de junio de 1741 pero el entonces gobernador Agustín de Vildósola se enteró de aquel extraño movimiento y decidió cortar lo por sano: mandó apresar a los cabecillas y a 14 seguidores más ordenando que les cortaran sus cabelleras exponiéndolas en público a fin de amedrentar a los sublevados. La nación Yaqui se rindió con las siguientes disposiciones: a) se reducirían las familias congregándose en pueblos de tal suerte que al sonar de la campana estuvieran obedientes, b) no deberían de ausentarse de sus pueblos sin la licencia de sus autoridades, c) por tandas deberán acudir a sus labores en la minas en donde tendrían pronto la paga para que se vistieran.

 

Los problemas entre españoles y nativos iban subiendo de tono cada vez más; viendo esta situación, el misionero capellán José Javier Molina, de Tecoripa, envía una carta a Vildósola con fecha 18 de Enero de 1741, a cargo del puesto de Gobernador y Capitán General de Sonora y Sinaloa, tratando de convencerlo de la creación de un centro militar, esto es un Presidio, en un punto estratégico de Sonora: la carta dice: “conviene que se dividiese este dilatadísimo e inmanejable gobierno aunque sea dividiendo el sueldo entre dos gobernadores para evitar el gasto de la real hacienda, quedando el de Sinaloa con las provincias del Real del Rosario hasta el de los Álamos llamado comúnmente de “Los Frailes”, y el de Sonora, con cien plazas presidiales desde allí hasta lo último conquistado. Resultarían de esta división, a mi corto entender, que viviendo su gobernador en el Pitiquín o en San José de Pimas, se cubriría con gran facilidad la nación Yaqui de cualquiera sublevación que intentase, además de la nación Guaymas, nunca sujeta sino vagabunda ni adoctrinada y a la nación Seri, que ya en años pasados se alzó y no ha habido forma de reducirla a pueblos y doctrinas”. Curiosamente, ese mismo año el autor de la carta deja de existir en la lejana Tecoripa, sin saber que su propuesta al paso de los tiempos daría lugar al primer asentamiento originario de la ciudad de Hermosillo.

 

El 17 de marzo de 1741, dos meses más tarde de la carta del P. Molina, el Gobernador Vildósola solicita al Virrey Duque de la Conquista Don Pedro de Castro y Figueroa la construcción de un presidio con 100 hombres en el Pitic, y la segregación de las provincias de Sonora y Ostimuri como un distrito independiente de Sinaloa. El Virrey envía una carta recomendando a Vildósola hacer las diligencias correspondientes para levantar un presidio en el Pitic y otro en Santa María Soanca. En un escrito de Vildósola manifiesta: “por cuanto por despacho del Excmo. señor Duque de la Conquista, Virrey Gobernador y Capitán General de estos Reinos expidió a los 22 días del mes de junio de 1741, para la construcción de los dos nuevos presidios que se manda erigir en el puesto del Pitiquín de esta Pimería Baja, y Santa María Soanca de la Pimería Alta, con acuerdo de los señores Ministros concurrentes a las dos juntas de Guerra y Hacienda que para ello se tuvieron, se me ordena el que a todos los vasallos de SM, que Dios Guarde, se les distribuyan las tierras necesarias que en sus circunferencias hubieren para que de este modo puedan avecindarse y poblar dichos presidios”.

 

Las órdenes fueron cumplidas por Vildósola, aunque no exactamente como se encomendaron. El Presidio se intentó construir en las inmediaciones del Cerro de “La Cruz”,  promontorio rocoso que se encuentra a la margen izquierda del Río Sonora al suroeste del notable Cerro de la Campana, mismo que llevó el nombre de San Pedro de la Conquista del Pitic. La selección del sitio fue obra de Vildósola basándose quizá en las siguientes ventajas: a) mejor protección militar teniendo al Cerro de la Campana como mirador natural; b) mejor protección de las inundaciones al estar en un lugar lo suficientemente elevado lejos de la confluencia del Río San Miguel y del Sonora, y sobre todo, con un punto muy favorable para realizar la obra de toma hacia el canal de riego,  y c) por ser un punto estratégico para desarrollar  tierras agrícolas y ganado, cuyos productos estarían destinados para el autoconsumo de la comunidad militar y de sus familias.

 

presidioantiguo

Localización del antiguo Real Presidio de San Pedro de la Conquista del Pitic, levantado en 1741 por Agustín de Vildósola. La fotografía fue tomada en 1932 en Hermosillo, mirando al Río Sonora en el cruce hacia Villa de Seris en dirección NE-SW.

 

No existen vestigios que comprueben la existencia de un gran Presidio en el Pitic como sucedió en otros lugares. Al respecto, el pesquisidor José Rafael Rodríguez Gallardo afirmaba en uno de sus escritos que el edificio presidial “consistía en incómodas y escasas oficinas, pues ni aún la cárcel puede llamarse así, sino un mal forjado jacalillo y que sólo finca su seguridad en el cuerpo de guardia que se mantiene en una oficina igual”. La fábrica de Presidios en Sonora se reducían al cuerpo de la guardia, cárcel contigua, una casa competente para el Capitán con dos torreones y una Iglesia con el adorno preciso; una o dos piezas para cada soldado a los alrededores del Presidio con que quedaba conformada una plaza cuadrada con las puertas de las casas dentro de ella.

 

 

El Gobernador Vildósola y sus Intereses en el Pitic

 

Para el tiempo en el que el Presidio del Pitic fue aprobado por las autoridades españolas, el Gobernador Agustín de Vildósola no era bien visto por los misioneros jesuitas y puede decirse que, de un modo general, su comportamiento no tenía fama de honorable. El padre Juan Antonio Baltazar manifiesta en un escrito lo siguiente: “es cierto que con su intervención se apaciguó el Yaqui y se preservaron de la destrucción próxima las Misiones de Sonora y esto se le debe de agradecer; pero no fue puro amor a la Compañía; ésta su acción, que en ella no mirase y defendiese también su propia hacienda, todo su mérito queda bastantemente pagado con la fortuna que con esta empresa se fabricó y el gobierno para el cual con ella se dispuso”.

 

Esta declaración muestra evidencias de que Vildósola utilizaba el cargo para fines personales, lo cual mantenía inconformes a los prelados. Aunque había rumores de que el Presidio del Pitic no era necesario, Vildósola continuó apoyando el desarrollo del nuevo centro militar; fija su residencia en el Pitic y denuncia por el mes de julio de 1744, en beneficio de su persona, una gran extensión de tierra que abarca desde el Cerro de la Cruz hasta el llamado Cerro de la Conveniencia hacia el poniente, y desde el mismo Cerro de la Cruz hasta el pie del Cerro de la Campana rumbo al norte formando así un gran cuadro, quedando el Río Sonora dentro de él. También se ordenó la construcción de una “saca” de agua, un canal para iniciar las labores de cultivo que viajaría por la margen izquierda del mencionado cauce.

 

Este nuevo asentamiento que se planeaba en el Presidio del Pitic, recomendado para la consolidación del mismo Presidio así como para dar oportunidad a los indígenas de integrarse a las labores del campo como un modo de civilización, fue mal interpretado por Vildósola. Años después se comprobó que en realidad Don Agustín utilizó la mano de obra de los indígenas simple y llanamente en franca esclavitud, pues quienes se negaban a la sumisión que los españoles exigían, fueron obligados a incorporarse a las faenas agrícolas pagando con ello las condenas por delitos que en la mayoría de las ocasiones fueron fabricados por Vildósola y sus correligionarios.

 

Pero la Hacienda del Pitic duró poco tiempo en manos del temible Agustín, quien es removido del cargo de Gobernador de Sonora y Sinaloa en el mes de julio de 1748 siendo sometido a juicio por las autoridades españolas. Juan Tomás de Beldarráin es nombrado Teniente del Real Presidio de la Conquista del Pitic y Vildósola deja la región tras lo cual se descubre la verdad. La auditoría a los indios presos elaborada por el Lic. José Rafael Rodríguez Gallardo, enviado expresamente a revisar el asunto, reveló que: “...según la información que califiqué por bastante a vista de la propia confesión de la parte, resultó haberse ocupado dichos presos en las labores de hacienda, huerta y otros domésticos y serviles ejercicios, en que sólo ha sido interesado el actual Gobernador, y que no se les ha pagado jornal, ni se les ha ministrado otra cosa que la ración y el vestuario, a excepción de un vale de tres meses que ya para salir el Gobernador mandó se les diese.”

 

Respecto a sus condenas, la declaración es más sorprendente: “...resultó en la primera diligencia el que en el archivo no había testimonio ni una sola razón de los autos, ni libro de entrada, ni el menor documento por donde pudiese comprender el motivo y tiempo de la prisión.”. En otra parte de las conclusiones de la auditoría se señala: “... al primer paso resultó la duda, según la representación de la parte, de si serían presos o sirvientes libres, pero con sólo el careo quedó este punto deslindado a favor de los mismos indios”.

 

El Teniente Balderráin recibe de parte de Rafael Rodríguez el inventario final: “14 soldados arraigados y 2 vecinos, 24 presos con prisiones de todo cepo y 63 presos sueltos, 7 viudas de los reos que se han muerto o dejado el Presidio, 2 cadenas con 20 collares, 23 pares de grillos, un eje suelto y tres ocupados, 20 soldados que están en Los Dolores a cargo del Alférez, 10 en la guarnición de Chinapa a cargo del Cabo Manuel de Orozco y 5 con el Gobernador que se fue y que están en Uris”.

 

El Presidio se Traslada a San Miguel de Horcasitas

 

El visitador Rodríguez Gallardo, al término de su estancia en el Pitic a fines de 1748, decide hacer el cambio del Presidio a un lugar cercano al Pópulo: San Miguel de Horcasitas. En este movimiento, el visitador que fungía como Gobernador, no tardó en hacer gala de fuerza y poder: propició el desplazamiento de propiedades en el nuevo lugar afectando la frágil estabilidad de los seris, y con sus actos de prepotencia militar, terminó por enfurecer a los vengativos aborígenes. Se sabe que en cierta ocasión algunos indios presos que se escaparon en Sinaloa cuando eran enviados a México, atacaron la Ranchería de Lucero matando a todas las personas e incendiaron sus casas.

 

El 27 de julio de 1749, el Visitador nombró como Gobernador interino al teniente coronel Diego Ortiz Parrilla liberando 15,000 pesos para la construcción del Real Presidio de San  Miguel de Horcasitas. Este nombramiento no mejoró las cosas, pues Ortiz Parrilla no promovió la paz que los indios esperaban.

 

Cuatro años después, Parrilla entrega el Gobierno de Sonora y Sinaloa al Capitán Pablo Arce y Arroyo e intentó hacer la paz con los Seris quienes expusieron las siguientes condiciones:

 

a) Que les devolvieran las mujeres desterradas a Guatemala y otras regiones de América,

b) Que les devolvieran las tierras injustamente despojadas,

c) Que se quitase el Presidio de San Miguel y se regresara al Pitic,

d) Que les pusieran como Ministro al Padre Nicolás Perera, viejo misionero jesuita que había permanecido 42 años entre los Seris y Opatas, siendo llamado el “Padre de los Seris”.

 

Aunque poco se sabe si las autoridades accedieron a dichas peticiones, los Seris regresaron a sus antiguos asentamientos en busca nuevamente de la paz.

 

En 1755 es nombrado Gobernador Juan de Mendoza y con él terminó el intento de pacificación indígena, pues en persona con toda la gente que pudo reunir, se desplazó a la Ranchería de Bacoachi donde mató a 100 personas, pocos hombres, algunas mujeres y la mayoría infantes. Este funesto suceso mandó a los indios a la guerra total quienes manifestaron: “ya no creemos en Dios, en el Rey, ni en los Gobernadores porque se acabó la buena fe y el creer en la paz... de aquí en adelante no queremos sino matar y que nos maten...”.

 

La guerra entre indios y españoles fue sangrienta en innumerables acontecimientos bélicos. Desde la áspera montaña de Cerro Prieto, los indios se burlaron de las armas españolas y aunque De Mendoza los atacó en más de una ocasión, siempre salió con la derrota; él mismo fue asesinado por el indio Becerro, quien en su agonía tuvo el valor de soltarle un flechazo al temible Gobernador atravesándole el cuello en una muerte fulminante el día 25 de noviembre de 1760. Después de estos hechos, el Capitán don Bernardo de Urrea se encarga por tercera vez del Gobierno de Sonora y en 1763 ordena colocar un resguardo militar en la Hacienda del Pitic con tropa de la Compañía de Horcasitas.

 

Tiempo después Don Juan Pineda toma el control del Gobierno y al ver el estado deplorable en que se encontraba la región, solicita a la Capitanía General una tropa arreglada para contener a los indios de una vez por todas. La respuesta fue favorable y desde México se autoriza una expedición al mando del Coronel Don Domingo Elizondo. Las cosas se pondrían peor.