CUENTA SALDADA

Por Fernando A. Galaz

 

27 de Diciembre de 1956

En el viejo barrio de El Ranchito una tarde de julio de 1901 el chamaco Juan Buitimea se encontraba tostando esquite, cuando escuchó la voz de José López, que fuertemente gritaba, “Guacasta agui, bueun slam, calasco siama (carne gorda, tripa gruesa y tripas de leche)”. José era un chamaco de once años, huérfano, que vivía con su madre frente  a la molienda de caña de don Eduardo Muñoz, que haciéndole de vendedor ambulante y bolero mantenía holgadamente a la autora de sus días y quería  entrañablemente a Juan Buitimea, porque también  era huérfano de padre y porque siendo de su misma edad también tenía que trabajar para mantener a su anciana y abatida madre.

 

Llegó José hasta el jacal donde estaba Juan y éste le dijo:  ¿Porqué gritas la carne en lengua yaqui?; tú no eres indio, eres yori”.  “Porqué me gusta”--- respondió.--.  Juan terminó lo que estaba haciendo, se sentó en grueso tronco de palo fierro e invitó a José a hacer lo mismo pero éste no aceptó diciéndole que tenía que terminar la venta de la carne.  Entablaron una de esas pláticas tan comunes en los chicos. De repente José le dijo muy despacito a Juan: “No te muevas ni un pelito porque te lleva la chilaquila...  No te asustes, está atrás de ti una víbora pero la voy a matar”. En efecto, una enorme víbora de cascabel a escasos centímetros de Juan se estacionó.  Luego al levantar la cabeza el animal para realizar su marcha al cuerpo del indito, José con mucha calma sacó sus hules, metió en  su honda grueso cortadillo de fierro, los estiró apuntando, soltó los tirantes, salió como rayo la carga, y fue y se incrustó en la achatada cabeza del peligroso animal matándolo instantáneamente,   Fue hasta entonces que Juan se dio cuenta  del peligro en que se había encontrado y trago gordo. José le dijo dándole la mano: “Juan… me has salvado la vida… algún día también de la salvaré”. “¡Bah!….. cualquiera hubiera hecho lo mismo”. –“No. No es cierto, tu lo  hiciste porque me quieres como a un hermano, como amigo, y ahora sí lo vamos a ser de todo corazón…. Pinta una raya, dame el dedito chiquito de la  zurda”; cada chamaco puso un pie en la raya, se entrelazaron fuertemente los meñiques de la mano izquierda y los dos al mismo tiempo con mucha seriedad dijeron: ¡Amigos, amigos, para toda la vida en el cielo, en la tierra y en cualquier lugar!”.  Aquella misma noche, en la choza de Juan, José divirtió al chamaco  contándole las Aventuras del Barón de la Castaña y lo dejó serio, pensativo, cuando le recitó unos versos que cuentan la historia  y el fusilamiento de un soldado desertor.

 

La amistad del indito con el yori hermosamente floreció, pero un día de Junio de 1905, cuando llegaba con la “guasacasti agui” a la choza de Juan, la encontró vacía. Un día antes, intempestivamente, el Gobierno como atacado de  nervios imaginose indios rebeldes por todos lados y Juan con más de doscientos yaquis fueron deportados al lejano Estado de Yucatán. Unos cuantos chamacos indios dejaron regalados a varias familias de pudientes.

 

Junio de 1913.  El Coronel Álvaro Obregón derrota en San Alejandro, en Santa Marta y en Santa Rosa a las tropas Federales del General Medina Barrón.  El Teniente José López, en un alarde de bravura, llega hasta cerca de Empalme y es rechazado por los federales; trata de concentrarse  con los suyos y cae herido en el combate.  Cuando recobra el conocimiento se da cuenta con  sorpresa que se encuentra en una  cama de un hospital de Guaymas, y en su cabecera velándolo fraternalmente conmovido, nada menos que el Sargento Federal Juan Buitimea. Dos amigos, dos hermanos, José y Juan, luchando en bandos contrarios. “No me veas con esos ojos”, le decía Juan a José,  “no estoy por mi gusto con los pelones; nomás que  sanes me voy contigo a donde están los tuyos, donde esta el pueblo porque soy Obregonista de corazón. Dime, ¿qué has hecho,  Te casaste?, ¿Porqué eres revolucionario?”.—“Soy carpintero Juan, me hice  Maderista, llegué a Sargento Primero peleando; triunfó Madero, volví a mi trabajo, mataron al pobre chaparro (Madero) y tuve que tomar el rifle; me la dieron de Subteniente y en San Alejandro en pleno combate, mi Coronel Obregón me ascendió a Teniente; me casé hace dos años, tengo un precioso chamaco, no  me mortifico por ellos porque mi suegro es rico y mi vieja es su única hija, además, como yo, esta loco con su nieto”. –“José,  yo no tengo a nadie mas que a ti… mi madre murió de tristeza allá en Yucatán”.  Desde que empezó a recuperarse José de las heridas, Juan se acordó de su juramento infantil; sabía que el Teniente sería  fusilado pero lo salvaría, se jugaría la vida y esto lo llenaba de satisfacción. Gestionó y obtuvo de su superior que  la vigilancia de los militares heridos quedara bajo su  control; un día Juan le entregó a José un bulto y le dijo:  “Mira, ponte este uniforme de sardos; a las doce en punto cruzas el hospital por la puerta  grande, allí con los centinelas estaré yo… nadie te detendrá… sales como si nada, tomas  el tomateros (tren local) y te vas a Empalme”; -- “Pero no comprendes animal que te puede costar la vida”, le replicó José; -- “El animal eres tú, porque me tienes que esperar en Empalme… yo también me voy después que tú”, le dijo Juan. El plan se cumplió satisfactoriamente, pero ese mismo día, como a las seis de la tarde, se dieron cuenta de la huída del Teniente y de inmediato Juan quedó preso con centinelas de vista; a las ocho de la noche del día siguiente en rápido juicio sumario un Consejo de Guerra sentenció a muerte al Sargento.  A las seis  de la mañana en el cementerio, frente a una tumba abierta y un pelotón de soldados, alguien se le acercó el Jefe y le dijo: “¿Le vendamos los ojos, mi Primero?”.  Un rotundo no fue la respuesta; Juan con mucha seriedad, sonriente, satisfecho con orgullo, vio los rifles  apuntándole y a un lado con espada desenvainada al Jefe; a su mente acudió la historia del desertor que en ese  instante estaba vivamente retratada.

 

“Cuadro que tuve delante

Y que hoy como entonces veo

 Ante el pelotón el reo

en un franco al comandante.

 

Acribillado por la descarga, cayó Juan bien muerto y allá en las marismas de Empalme, en ese mismo instante, José que dormía tranquilo  bruscamente despertó sobresaltado…. Juan, el humilde indito yaqui había dado su vida por la de José, su gran amigo Yori.

….. SE ACABO EL FOSFORO… hasta la otra si Dios quiere.