“UN DOLOR DE CABEZA DE DON RAMÓN D. RODRÍGUEZ”

Por Ramón F. Zamora

 

En el año de 1920 se construía a grandes pasos la Escuela Cruz Gálvez y trabajaban allí muchos albañiles y peones, entre los que destacaba el maestro Don Luis Peterson. Ramón D. Rodríguez ni en sueños pensaba figurar en la política local y vendía ladrillo a las construcciones, inclusive a la Cruz Gálvez. Ahí nació su postulación fundándose el Club García Morales con salón de sesiones donde estuvo la cantina Hotel México esquina Juárez y Oaxaca. Fue el contrincante el Chango Espinosa a quién derrotó visiblemente. En la planilla se coló un señor que se hizo llamar Dr. Calderón, tipo raro y estrafalario. Nadie sabe de donde vino, que hacía y como cayó aquí, pero es el caso que el pueblo lo aceptó ingenuamente. Para mediados del año de la actuación de Ramón, dicho regidor que tuvo el número 5 se hizo famoso, primero por haber tenido un fuerte altercado con el entonces coronel Eduardo C. García y por haber pretendido canalizar la acequia de El Lato con unas cuantas piedritas que mandó arrimar en la calle Morelia. No paró ahí el famoso Dr. Calderón, sino que a raíz del golpe político contra Don Venustiano, y tal vez contagiado por el sonorismo imperante presentó una iniciativa al Ayuntamiento en el sentido de que se creara una “acordada” de DOS MILLONES DE HOMBRES para imponer el orden y la paz en la república, y que se le nombrara e él Jefe de esa fuerza pública con un sueldo fabuloso y con amplísimas facultades en vidas y haciendas. Me parece verlo todavía erguido, pálido, nervioso, cuando el Dr. Calderón leyó en plena sesión el proyecto, solicitando al final que el Ayuntamiento lo turnara al Gobierno Federal y de ser posible a México debidamente expensada para lograr su aprobación e implementación. Excuso decirles que el famoso quinto regidor no dejaba ni a sol ni a sombra a Rodríguez para que le diera trámite y Ramón no encontraba donde meterse hasta que  un buen día la providencia nos salvó, pues se presentó un caso sospechoso de meningitis cerebro espinal en la calle Garmendia, entre Sonora y Yucatán. Aprovechamos el incidente y como Calderón se hacía pasar por médico, Ramón lo comisionó para un estudio y recuerdo que tomó tan apecho el caso que nos dijo: “nada más adecuado para esta comisión señor presidente, y como el caso es peligrosísimo y muy contagioso, me sentiría dichoso morir por la humanidad...” Y con esos hechos el famoso proyecto de la Acordada fue al archivo y ahí está durmiendo hasta hoy.