CAPÍTULO IX

LA PIMERÍA EN REVOLUCIÓN

 

 

La suspensión de la construcción del barco no desanimó al padre Eusebio; cambió de tema inmediatamente... había muchos asuntos pendientes. Por comentarios de Manje, tuvo conocimiento de la existencia de ciertas casas grandes más al norte de Bac, a las orillas de un gran río, y esto es hacerle cosquillas a un explorador.

 

Para satisfacer su curiosidad emprendió una nueva caminata hacia aquellas lejanas tierras. Después de agotar la trayectoria hasta Bac, Kino viajó, sin Manje por estar en recuperación, unas 43 leguas (159km) al noroeste hasta llegar a las orillas del Río Gila.

 

El  27 de noviembre de 1694 fueron observadas por primera vez para el mundo cultural estas famosas y misteriosas ruinas de las cuales Kino quedó maravillado. Pasó después por la ranchería de El Tusónimo a la que tituló La Encarnación, donde ofreció una misa asistiendo miembros de la Ranchería “El Coatóydag”; Kino hace un relato de la Casa Grande: “es un edificio de cuatro altos, tan grande como un castillo y como la mayor iglesia de estas tierras de Sonora; dícese la dejaron y despoblaron los mayores de Moctezuma y, perseguidos por los apaches, salieron al oriente o Casas Grandes (Chihuahua), y de allí tiraron hacia el sur y suroeste y fueron a fundar la gran ciudad y corte de México. Junto a esta Casa Grande hay otras trece menores, algo más caídas, y las ruinas de otras muchas casas que se reconocía que antiguamente había habitado aquí una ciudad”.  Fue una experiencia muy interesante para un Kino que regresaría a Dolores encontrándose con la noticia de que durante su travesía por el norte, en ese noviembre de 1694, se fundó el rectorado de Nuestra Señora de los Dolores  que  incluía  a   Cucurpe,   Dolores, Remedios, San Ignacio, Imuris, Magdalena y Tubutama; el primer rector fue el Padre Kappus de Cucurpe, un cercano vecino del padre Eusebio.

Ruta hacia el norte de Kino. Dolores(1), Remedios(2), Tumacácori(3), Bac(4), Casa Grande(5), Paraje de Manje(6), Quíburi, Santa María(8).

 

La Pimería Alta empezaba a ser reconocida aunque por esa época las cosas no estaban lo tranquilas que se hubiera querido. Ya empezaban a verse escaramuzas entre los españoles con su actitud dominadora y los naturales defendiendo la libertad y su territorio. Jironza, Fernández de la Fuente, Manje, Antonio Solís, Francisco Medrano, Domingo de Terán y otros hombres de armas estaban constantemente en acción. Se formó un corredor militar desde Caborca hasta Janos y el Paso. El año de 1694 fue muy especial en este asunto.

 

En el mes de marzo varias caballadas fueron robadas de las misiones de Sonora; el hurto se les atribuyó a los sobaipuris y para verificar estas sospechas, el Capitán Antonio Solís dirigió una excursión a las rancherías del Río San Pedro y después llegó hasta Bac. Al pasar por una aldea, se encontró con ciertos indios que tenían carne puesta a secar y supuso que era de los caballos robados; sin más aviso mató a tres indios y tomó presos a dos. Después se supo que la carne era de venado, dejó libres a los inculpados pero la brutalidad de su ataque contra los indios indefensos fue condenada hasta por su propio regimiento. En mayo Solís obtiene otra “sonada” victoria contra los indios; mataron a unos 60 bravos y capturaron a 30 que fueron tomados como esclavos para las minas, las haciendas y el servicio doméstico. Era el “héroe” del momento.

 

Ruinas de Casas Grandes situadas sobre el Río Gila a la mitad del camino entre Tucson y Phoenix, Az. Las ruinas son consideradas como Monumento Nacional de los Estados Unidos.

 

En Tubutama, el Padre Janusque peligraba pues estaba solo en el Valle de Altar y veía a sus indígenas algo descontentos... temía por su vida. De nueva cuenta Solís captura a los revoltosos y aunque no se supo su final, seguramente el salvaje Solís los ahorcó ante numeroso público. En Nácori el padre Francisco Carranco solicita la presencia militar también; Jironza envió al Alférez Madrid para enfrentar otra rebelión matando a cinco y capturando a seis; después de su bautizo y catecismo procedió a ejecutarlos. En Bavispe unos indígenas mataron a unos cuantos hombres, mujeres y ancianos; el Padre Polici de la vecina Bazeraca pidió ayuda a Fernández de la Fuente quien sofocó la rebelión. Las cosas llegaron a tal extremo que por esos días, cerca de Batepito,  se reunía un gran contingente militar de naturales que fueron perseguidos por 25 días en las montañas sin encontrarlos. A principios de septiembre atacaron Bazeraca y desde luego Fernández de la Fuente acudió al llamado.

 

Los sustos continuaron. Otra gran concentración de indios atacó a finales de septiembre a la región de Cúchuta cerca de Fronteras, contra la que lucharon las fuerzas unidas de españoles, pimas y ópatas. Un soldado murió y muchas más bajas tuvieron aquellos naturales que cayeron bajo las balas y las flechas envenenadas de los pimas. Nuevamente Solís era el héroe. Enfadados por la situación, los españoles organizan una campaña contra los alzados por el mes de noviembre; doscientos pimas y treinta y seis soldados dirigidos por Manje enfrentaron a una partida de Apaches, Jocomes y Janos en las sierras alrededor de Batepito. Se contaron bajas más numerosas entre los indios. Para contribuir en algo a la pacificación, el Virrey autoriza la partida de dos misioneros hacia la Pimería Alta: el Padre Fernando Bayerca que fue asignado a Cocóspera y el P. Francisco Xavier Saeta que viajaría al centro de la acción: Caborca.

 

 

El Joven Siciliano Xavier Saeta llegó a México desde Cádiz junto con el Padre Campos; terminó sus estudios en México tras lo cual fue enviado a la Pimería Alta. Llegó a Mátape a mediados de octubre de 1694 y alcanzó en Dolores al Visitador Muñoz de Burgos que inspeccionaba las misiones Pimas. En Dolores se decide enviarlo a crear la misión llamada de Nuestra Señora de la Concepción; sería vecino de su amigo Campos a cargo de San Ignacio. Kino recibió instrucciones de Burgos de ayudar a Saeta en su instalación y hacer lo suficiente para equiparlo completamente. Aceptó enviarle cien cabezas de ganado, cien cabras y ovejas, bestias de carga y para montar, un hato de veinte yeguas con sus potros, setenta fanegas de trigo y maíz, trastos para la casa entre otros artículos. Mientras tanto,  Muñoz de Burgos instala a Bayerca en Cocóspera.

 

Iglesia Antigua de Caborca después de las avenidas que casi la destruyeron en 1917

 

El 19 de octubre, Kino y Saeta parten de Dolores con sus cargas y equipo siguiendo el curso del Río San Ignacio; el Padre Eusebio se queda un día en la misión para después partir  de regreso por Tubutama a fin de visitar al Padre Janusque, que estaba feliz por tener un compañero a solo 80 kilómetros de distancia. Francisco Pintor, un indígena de Ures y ayudante de Kino haría el trabajo de intérprete. Saeta empezó a trabajar en una capilla con sus propias manos; a la semana había enseñado a elaborar adobes a los naturales; en noviembre fue al oriente a recoger algunas limosnas de otras misiones como ayuda para la Iglesia. Kino le prometió 60 cabezas adicionales, otras tantas de ovejas y cabras, 60 fanegas de maíz y un hato de  yeguas para que iniciara la crianza de caballos, y por supuesto, una bien nutrido personal de vaqueros. En marzo, Saeta escribe a Kino: “Mis hijos prosiguen en asistir todas las mañanas a misa y dos veces al día a la doctrina cristiana, así grandes como pequeños; trabajan con todo amor. He sembrado un amenísimo pedazo de huerta en la cual están plantados los arbolitos (regalo de Kino) y sembradas las semillas de hortaliza para el refresco de los navegantes de California”. Kino ya le había platicado de su ilusión. El P. Eusebio invita a Saeta a los servicios de semana santa en Dolores, pero el joven siciliano le propone un encuentro en Magdalena para el día 01 de abril; Saeta escribe: “aunque yo hago aquí muchísima falta, sin embargo, hurtaré un rato y como veloz saeta volaré a ponerme a los pies de vuestra Reverencia y a recibir sus mandatos y a discurrir de medio mundo”. Saeta estaba feliz en su trabajo.

 

La mañana del día 02 de abril, Sábado de Gloria, el inconforme contingente de Pimas empieza a crecer con varios adeptos a la rebeldía en Pitiquín y Oquitoa; ya pasaban de cuarenta. Llegaron a Caborca y fueron a buscar a Saeta; después de platicar amistosamente con ellos el joven italiano salió a despedirlos a la puerta de la sala de la casa donde vivía, que aún servía como templo. Los naturales de pronto alistaron arcos y Saeta, arrodillado, recibió dos flechazos; Kino escribe: “y levantándose con ellos entró a abrazarse con un muy lindo Santo Cristo de bulto que había traído consigo desde Europa, y sentándose sobre una caja, por la flaqueza y dolor, y después sobre la cama, y desangrándose, dio su dichoso espíritu al soberano Creador”. Los asesinos repitieron el ataque llenando su cuerpo con otras tantas flechas y continuaron su marcha sangrienta; mataron al intérprete Francisco Pintor, a José el vaquero de Chinapa y a Francisco “el sabanero” de Cumpas. Saquearon la casa de Saeta, soltaron el ganado y la caballada y luego volvieron río arriba. Los españoles de la misión emprendieron la huida. Saeta se habría convertido en mártir aquella mañana del primer sábado de abril de 1695.

 

La Iglesia de la Purísima Concepción de Nuestra Señora de Caborca, un templo que se haría muy famoso y heroico en aquella defensa del suelo mexicano el 6 de abril de 1857.

Kino supo de la muerte del Jesuita Siciliano hasta el día siguiente, a través de un indígena leal de Caborca que viajó los 150 kilómetros en 27 horas. Kappus y Kino se apresuraron a informar a Jironza de lo sucedido quien pronto reunió a un bien nutrido ejército con numerosos pimas de Dolores, San Ignacio, Cocóspera, El Tupo y otros sitios además de los soldados avecindados en el Presidio de San Juan; Manje también hacía acto de presencia; era la guerra total .

 

Jironza y sus hombres se dirigieron a Tubutama; cerca de Pitiquito (Pitiquín) encontraron al Jefe Felipe que regresaba de Caborca; al llegar la encontró vacía, los cadáveres descompuestos fueron incinerados y recogió el crucifijo que Saeta había abrazado en sus últimos momentos entregándoselo al Padre Campos en una caja bien custodiada. Era un testimonio muy doloroso de aquella inútil muerte que tanto consternó a los habitantes de Sonora.

 

 

Manje relató años más tarde: “el crucifijo se veía tan flexible que parecía carne viva, traspareciéndosele las venas, nervios y arterias; el padre Agustín se lo endonó como prenda tan exquisita al Teniente Solís  y hoy está colocado en la Misión de Arizpe, con mucha veneración y en un rico sepulcro dorado, con seis lunas de cristal que sirve de féretro en la procesión del entierro de la Semana Santa”. ¿Existirá este crucifijo?

 

En Pitiquín encontraron a una mujer con dos niñas; después de dar informes sobre los rebeldes se le bautizó y fue ejecutada; las salvajadas estaban a la orden del día por el lado español también, y seguramente Kino debió haber movido la cabeza con indignación al enterarse de este cruel asesinato vengativo. Llegando a Caborca, Manje se adelantó para hacer un reconocimiento con una guardia de indios Seris. Sólo un hombre y dos muchachos se encontraban en la Misión; fueron atacados muriendo uno, huyendo el otro y al último se le perdonó la vida al abrazarse de Manje. Los cautivos alcanzaron a informar que gentes de Tubutama, Oquitoa y Pitiquín habían sido los culpables de la sublevación. Jironza y Manje recogieron los restos del padre Saeta y los colocaron en una caja. Manje escribe: “tuve la dicha de ayudar a recoger los huesos, cenizas y cabeza que hallamos todavía con pelo del difunto padre; las encerramos en una caja mediana cerca de las cuales hallé también una vitela de pergamino de una monja con el título de Santa Coleta y un ángel enarcando una flecha, otra ya clavada en el corazón de la santa y otra en el intermedio de ella y el ángel, que llevé al Padre Kino y la tenía por reliquia y registro en su rezo. Se alzaron 22 saetas del suelo donde dormía el difunto padre y mucha sangre seca, que con ellas parece le acabaron de matar. Recogiéronse misales, libros, estampas y vasos sagrados, más todo destrozado; sólo la milpa de trigo estaba intacta y de adulto, tapaba a un hombre con grandes espigas y granado, cuando los que dejábamos en Sonora empezaban a macollar; prueba evidente de la feracidad de la tierra”. La cruz donde estaba clavada la imagen de Cristo le fue entregada al Padre Eusebio Kino, quien la colocó en el altar de Nuestra Señora de Dolores.

 

Los hombres de Jironza destruyeron los campos de trigo y maíz, y soltaron trescientos caballos para que “por hambre entregasen a los culpables los que no intervinieron en la muerte y rebelión”. Jironza llega a Dolores con los restos de Saeta el día 2 de mayo; Kino y Jironza acordaron exigir a los indios leales la entrega de los cabecillas del movimiento pero esto sería después del funeral de Saeta.  Al día siguiente, en la Fiesta de la Santa Cruz, se inicia el cortejo formado por dos columnas de soldados, vecinos e indios encabezados por Kino, Bayerca, Manje y Jironza. Este último llevaba con su diestra a la mula donde iba la cajita con los restos del Padre Mártir, en una silenciosa procesión que termina en Cucurpe, donde el P. Kappus esperaba para ofrecer la misa; fue velado esa noche y enterrado al día siguiente (04 de mayo de 1695) al lado de la Epístola del Altar Mayor de los Santos Reyes en la Iglesia de Cucurpe; unos cuantos meses antes había sido sepultado del lado del Evangelio el padre Barli, que había residido en Imuris y Cocóspera.

 

A mediados de Mayo, el Gobernador de El Bosna regresó dos ornamentos para decir misa que habían devuelto los de Tubutama, y puesto de rodillas lo entregó a Kino; había intenciones de entregar a los líderes y el Gobernador Pedro García de Almazán estaba conforme con solicitarlo pacíficamente a los indios,  idea que Kino quería consolidar a fin de evitar que se humedeciera la tierra con más sangre. Kino le prometió a los indios paz a cambio que ayudaran en la tarea de castigar a los culpables, pero todo fue inútil. No se puede hablar de paz en medio de la sordera que se produce cuando la venganza resuena en los corazones despechados.

 

A raíz de estos acontecimientos se formó un gran batallón de soldados, vecinos y aliados indígenas con muchas provisiones y gran caballada; esto no concordaba con la propuesta de Kino, quien temerosamente debió mirar al cielo.

 

Para dirimir las cosas, se organizó una reunión entre la gente de Tubutama (que iría desarmada) y el Ejército justiciero español a fin de llegar a un acuerdo. El mismo Kino fue a San Ignacio y desde allí mandó exhortar a la gente a que saliera al encuentro del ejército en La Ciénega, cerca de El Tupo.

 

Iglesia de San Pedro y San Pablo del Tubutama

 

Pero el salvaje de Solís ya se había adelantado; con un piquete de soldados fue a Tubutama y Oquitoa matando a varios indios en ataques sorpresa, consiguiendo la rendición a cambio de que se entregaran los dirigentes del movimiento; los naturales aceptaron la propuesta de ir al encuentro llevando a los responsables con mentiras y ya estando ahí, de manera disimulada, serían señalados.

 

El 9 de junio de 1695, Solís se encuentra con los indios de nuevo en El Tupo; habían dejado sus arcos y flechas a una corta  distancia del sitio de la entrevista y algunos incluso portaban cruces. Manje relata detalladamente el encuentro: “Vinieron 50 indios; al ver en el Paraje de El Tupo al grupo de soldados asentado en unos ojos de agua y llano limpio y escombrado de monte, dejaron sus arcos y flechas arrimados a un montecito de mezquital, distante como cuatro tiros de arcabuz, y según lo pactado, fueron desarmados para el encuentro con los soldados, quienes montados a caballo formaron círculo y cogiendo en su centro a los indios, quienes con disimulo señalaron a cuatro indios; habiendo amarrado a tres y que iban prosiguiendo con otros que se apuntaban, se empezaron a alborotar todos y cerniéndose, sin poderlos detener dentro del círculo de los de a caballo, corrieron por sus armas; sin saber quien comenzó (el alborotamiento), a todos los indios en un invisible los mataron”. Kino abunda en más detalles: “El gobernador de Dolores asumió el papel de ayudante del verdugo; tomó a uno de los jefes de la revuelta por los cabellos y le dijo a Solís: -Este es uno de los cabecillas-; el capitán, luego de un alfanjazo, le cortó la cabeza”.  En este encuentro que se buscaba fuera pacífico murieron 48 indios, 18 de ellos considerados culpables y 30 que Kino juzgó inocentes; desde aquel día el sitio fue conocido como “La Matanza”. En el lugar murió también el indio Gobernador de El Tupo y el Capitán de El Bosna que tanta ayuda habían proporcionado a los españoles; incluso este último era compadre de Solís, pues horas antes de la matanza el feroz capitán le había bautizado un hijo. Este ha sido uno de los actos más brutales de la historia de la ocupación española en la Pimería Alta.

 

Después de estos sangrientos hechos, el Teniente Escalante se quedó con tres soldados en San Ignacio para proteger al Padre Campos, mientras que Manje y tres vecinos más de Bacanuche cuidaban de Kino en Dolores. Jironza partió al oriente a fin de reunirse con Terán y Fernández de la Fuente, en la campaña contra los indios Apache con Solís al frente, pero pronto tendría que regresar. Los indios se reagruparon para la réplica; apenas el ejército se marchó, en grandes grupos fueron  a Tubutama y Caborca quemando los edificios de las Misiones; unos 300 guerreros  se reunieron para destruir las de Imuris y San Ignacio llevando los mismos arcos y flechas que Solís les devolvió tras la matanza de El Tupo. Un indio Pima de Cíbuta fue a San Ignacio a advertir a Campos del inminente ataque; Cosme, un yaqui cristianizado de San Ignacio, se quedó en Imuris preparando una caballada de refresco para cuando pasara el ejército que estaba en Cocóspera, hacia donde se envió a otro mensajero Pima. El Padre Agustín y su escolta se quedaron a fin de proteger a la Misión de San Ignacio, seguros de la llegada del ejército. Escalante y dos de los soldados  hicieron frente al enemigo en la mañana del 20 de junio, pero terminaron huyendo tras la abrumadora diferencia; el batallón español nunca llegó pues el mensajero notificó a Jironza  en la madrugada del mismo día del atentado. Horas después, al llegar al sitio de los ataques, encontraron a las misiones de Imuris, San Ignacio y Magdalena hechas cenizas, aunque no había muertos. Todavía los soldados llegaron a perseguir al enemigo matando a unos cuantos asaltantes.

 

Manje y Kino comían al mediodía del día 20 cuando Cosme llega para darles la terrible noticia, y les adelantó entre lastimosos sollozos que Campos y su escolta habían sido quemados vivos. Inmediatamente Manje va a Opodepe y avisa a Jironza de lo sucedido; Kappus, Jironza y Manje se dirigen a Cucurpe llegando al caer la tarde, donde ya estaban Campos y su escolta sanos y salvos, lo que alegró sobremanera a los viajeros. Manje había recorrido a caballo más de 100 kilómetros y lucía  cansado; esa noche durmió poco esperando ansioso el amanecer para viajar a Dolores. Reinició la marcha al despuntar el alba cabalgando con dos soldados como compañeros; encontraron al P. Eusebio sano y salvo aunque sin escolta, pues los tres vecinos de Bacanuche se habían ido con la angustia de brindar protección a sus familias primero y por supuesto que Kino les dio la razón.

 

Se decía que Dolores era la siguiente Misión por destruir. El distinguido fraile jesuita decidió esconder los ornamentos de su Iglesia y esperar a los rebeldes con estoicismo.

 

Manje relata: “Salimos en el silencio de la noche a ocultar en una cueva las cajas de ornamentos, vasos, libros, misales y otras alhajas de la iglesia y del padre; y aunque le protesté que volviésemos al pueblo, asegurando que no sucedería nada, dio en volver y llegamos al alba”. Fue una noche difícil para Mateo quien le comentó al P. Eusebio: “Confiéseme como para morir”. Pero nada sucedió; Dolores, Remedios y Cocóspera no recibieron la desagradable visita, al decir de Manje, “por la virtud y fervorosas oraciones continuadas del Padre Eusebio Kino, primer misionero de la dicha nación sublevada, que, como había sido su padre espiritual y paño de lágrimas en sus necesidades, aflicciones y desconsuelos, en defenderlos siempre, quizás, tuvieron conmiseración para no quemarle y destruirle su misión, con iglesia capaz, pintada y adornada”.

 

El mismo Kino detalla: “nos vimos todos en grandes aprietos; yo envié los recaudos que pude de sosiego a todas partes, y por la Divina Gracia, no pasó el mal adelante”.

 

El Padre a caballo suspendió sus incursiones en la Pimería hasta que se resolviera la Revolución Pima.