CAPÍTULO XI

KINO CABALGA DE NUEVO

 

 

Los jesuitas de Yaqui abastecieron generosamente a Salvatierra, como lo hicieron con Kino y Atondo; les dieron 30 cabezas de ganado, un caballo, diez ovejas y cuatro cerdos. Iban 16 hombres entre ellos el Alférez Tortolero con 5 soldados; el Capitán Romero con 6 marineros y tres indios cristianizados de tierra firme bajo la dirección general de Juan María Salvatierra. El día 10 de octubre de 1697 la embarcación enfiló rumbo al poniente y el día 16 fondearon la Bahía de San Bruno; el padre nativo de Milán poco a poco empezó de nuevo a entablar comunicación con los naturales quienes le contaron lo sucedido desde aquellos lejanos días de Kino: “Los pobres que en la anterior entrada se mostraron del bando español pagaron por medio de los otros no afectos, que luego que se fue Don Isidro de Atondo dieron sobre ellos y mataron a muchos amigos del español; finalmente todos se volvieron a unir y quemaron todas las fábricas de casas y presidio que tenía fabricado Don Isidro. Por tanto, los que nos miran muy bien están perplejos y temerosos de quedar mal con sus gentes y verse otra vez desamparados de estos nuevos conquistadores. Así, dos o tres veces a la semana se les predica el que nos quedamos y que ya los españoles nunca desampararán esta tierra”.

 

Francisco, el consentido de Kino no tardó en hacerse presente en San Bruno, un lugar que no  los convenció para sentar la Iglesia. Finalmente, dejándolo a la suerte (un papelito se queda, un papelito se va), se  tomó la decisión de viajar 10 leguas hacia el sur y asentarse en la Bahía de San Dionisio. Este fue el comienzo definitivo de la Misión de Loreto. El día martes 29 de octubre hizo su aparición ante los nuevos colonos el  Jefe Ibo (El Sol), tan importante en los tiempos de Kino. Viejo y agonizante a causa de una terrible enfermedad, llegó preguntando por el P. Matías (Goñi), el P. Eusebio y el P. Juan Bautista Copart... no los había olvidado. Tiempo después, a mediados de marzo de 1698 Salvatierra pasa a San Isidro y comienza la misión de San Juan Londó; el P. Juan María escribe: “a la iglesia a donde ya se va fundando este pueblo –a donde se irán poco a poco reduciendo las rancherías de San Bruno y de San Juan, del pie de la sierra de San Isidro-, se llamó San Juan Londó, y se le dio este nombre por nuestro primario bienhechor Don Juan Caballero”. Es así como Salvatierra empieza una labor del más alto sentido humano que lo llevaría fundar algunas Misiones en California, en un segundo esfuerzo por alcanzar el éxito que se le negó a Kino en aquella aventura que comenzó desde los lejanos días de 1683.

 

El padre Juan María Salvatierra retoma el proyecto “California” de Kino empezando con la Misión de Loreto.

 

El 10 de diciembre de 1696 el P. Eusebio, por su parte, sale de Dolores con rumbo hacia las tierras del Jefe Coro pues había rumores de una guerra inminente con los Jocomes. Con el ímpetu de un joven que sobrepasaba el medio siglo de edad, mulas con cargas, caballos, ganado mayor, ayudantes, soldados y sus preciados regalitos enfilaron rumbo a Cocóspera; llegó a la cuenca del Río San Pedro y 5 días después se detuvo en Quíburi. Kino escribió: “este lugar es la principal y gran ranchería, pues tiene 400 almas juntas con su fortificación o cerca de tapia por ser fronteriza de los enemigos jocomes... el principal Capitán llamado El Coro me dio a su hijito para bautizar y se llamó Horacio Pólise; y el Gobernador llamado El Bajón y otros me dieron sus párvulos a cristianizar. Dimos principio a una casita de adobe para el padre dentro de la fortificación, y luego, después, metí un poco de ganado mayor y una manadilla de yeguas para principio de una estanzuela”. El padre Eusebio sabía que los regalos abrían puertas. De inmediato, al regresar a Dolores, Kino cabalga rumbo a la tierra de los Sobaipuris con gran cantidad de cabezas de ganado; iba en serio el apoyo a las misiones del norte. Partió el 13 de enero de 1697 de Dolores y llegó primero a Bacoancos para dejar un rebaño de 60 reses destinado a una nueva estancia. En Tumacácori había ovejas y cabras que habían llevado los leales al Padre Saeta, recogiéndolos en Caborca cuando los alborotos del año anterior. Llegó después a San Xavier del Bac siendo recibido con gran cariño. Dejó muchos obsequios y trabajó arduamente en la doctrina cristiana.

Kino viaja al pueblo de Quíburi(1-2) en Diciembre de 1696 y a Bac (1-3) en Enero de 1697con cabezas de ganado.

 

 

 

De regreso, durante el mes de marzo se encaminó de nuevo hacia Quíburi saliendo el día de San Patricio. Regresó por Tumacácori y Bacoancos “mirando en todas partes por lo espiritual y lo temporal de los hijos, bautizando algunos párvulos y enfermos y consolando a todos con los muy paternales recaudos del Padre Visitador y aún del señor Alcalde Mayor y Gobernador de las armas”.

 

Kino sabía también de la importante seguridad que ofrecían los soldados para proteger la región en contra de las embestidas de los Jócomes, Xanos, Sumas y los temibles Apaches; a los mismos indios catequizados se les prevenía de la necesidad de involucrarse en la defensa del territorio. En esta ocasión dejó al Padre Pedro Ruiz de Contreras a cargo de la misión de Cocóspera y Suamca (Santa María) regalándole 500 cabezas de ganado mayor y otras tantas de ganado menor en dos manadas, caballada, bueyes, sementeras, etcétera.

 

En marzo de 1697 Kino viaja a Quíburi y regresa por Tumacácori (1-2-3-1).

 

En el mismo año, Kino organizó una expedición con los jefes Pimas a la remota Bazeraca para ver al padre Polici y pedirle misioneros... él ya no podía con tanto. De todas partes se congregaron en un histórico viaje desde Dolores. Kino relata: “En el Real de San Juan, en Oposura (Moctezuma) y Guásavas por donde pasamos, nos hicieron todo agasajo así los señores seglares como los padres. El 6 de octubre, día de Nuestra Señora del Rosario, llegamos a Bazeraca”. El Padre Polici quedó sorprendido y convencido; al día siguiente cantó una misa, quedó satisfecho de la lealtad de los Pimas y escribió una carta muy fina al Gobernador Jironza para que viera por la Pimería. La caminata fue un rotundo éxito y pronto se vieron los resultados.

 

Una nueva expedición es organizada por Kino de nuevo para la tierra de los Sobaipuris, esta vez acompañado por Manje. Salieron de Dolores el 02 de Noviembre de 1697 muy bien equipados con tres cargas de viáticos, el ornamental para decir misa, diez sirvientes indios, sesenta caballos y mulas y algunos regalos para la nación pima sobaipuri. Siguieron la ruta Remedios, Cocóspera y Santa María; tras de recorrer 14 leguas (60 km) desde este último lugar, llegaron a pasar la noche en una ranchería llamada Huachuca, gobernada por el Jefe Taravilla. Fueron recibidos por 80 personas. Al día siguiente cabalgaron hacia el oriente por el Arroyo Babocómari hasta el Río San Pedro y se detuvieron en Gaybanipitea; fueron acomodados en una casa de adobe, vigas y terrado que se mandó hacer para la llegada de un futuro sacerdote; tenían 100 vacas que les había regalado el mismo Kino en viajes anteriores. Kino y Manje recibieron al día siguiente la visita del Capitán Cristóbal Martín Bernal con sus 22 soldados y acompañados por el Alférez Francisco de Acuña (intérprete) y el Sargento Juan Bautista de Escalante, el mismo valeroso soldado que defendió al Padre Campos en aquel asalto a San Ignacio. Se trataba de una expedición diplomática hacia la tierra de los Sobaipuris, con una bien armada tropa “para lo que se ofrezca”. El destacamento había partido del Presidio de Fronteras el 5 de noviembre.

 

Pronto llegó la comitiva con el Jefe Coro, el indio principal de la nación Pima residente en Quíburi ya en la frontera con los apaches. Manje contabilizó en el sitio unas 500 personas en un centenar de casas donde se cultivaba maíz, frijol y algodón que tejían, teñían y utilizaban para vestir; se observaron canales de riego. La llegada fue oportuna pues celebraban una victoria sobre los Apaches; Manje escribió: “Se festejó todo el día nuestra llegada con exquisito baile en forma circular, en cuyo centro había una alta asta donde pendían trece cabelleras, arcos, flechas y otros despojos de otros tantos enemigos apaches que habían muerto; en todas las demás rancherías bailaban el mismo triunfo”. Los mismos soldados se incorporaron gustosos al baile. Mientras que Kino platicaba con los sobaipuris acerca de su ministerio cristiano con el auxilio del traductor Acuña, Bernal se arreglaba respecto a cuestiones del gobierno y de la guerra con el Jefe Coro. Kino propuso avanzar más la expedición hasta con los sobaipuris de la parte baja del Río San Pedro, aunque la idea no fue muy bien recibida pues al decir de muchos se requerían mayor cantidad de soldados para enfrentar un posible ataque.

 

El día 11 de noviembre de 1697, después de una misa, todos se alistaron y partieron; el Jefe Coro ofreció sumarse con 36 grandules. La expedición fue muy bien recibida pues encontraban los caminos barridos y les habían erigido cruces y arcos de ramas; caminaron a las orillas del Río San Pedro y tiempo después llegaron a Jiaspi o El Rosario, una ranchería de 140 personas. Bernal escribió: “Hallamos toda la gente en dos filas, sin armas, a darme la obediencia así hombres como mujeres y niños, alegrándose mucho de verme y al capitán Coro”. En este lugar se hace presente el Jefe Humari; abrazó al P. Eusebio y le preguntó por la ausencia de los misioneros prometidos. Bernal quedó convencido de la lealtad de los Pimas y Kino se sintió más satisfecho todavía cuando Coro y Humari se dieron un gran abrazo en público.

 

La expedición continuó su marcha; en los sitios que llegaban siempre había oportunidad de intercambiar alimentos por regalos; al pasar por Arivavia, los habitantes les dieron a los soldados “tantos frijoles cocidos y harina de maíz que les faltaron talegas en que llenar y cargar para el viaje; remunerámoslo con algunos cuchillos, listones y otros donecillos que estimaron en sumo agrado”. Cuando los exploradores llegaron a Ojío donde vivía el Jefe Humari, hubo grandes demostraciones de júbilo con danzas, arcos, cruces y caminos barridos; se hospedaron en una casa de palos y petates; también había una capilla para celebrar la misa. Los españoles llamaron al lugar “La Victoria”; después de Quíburi, era la ranchería mas grande con 380 personas en 70 casas. En total en el valle del Río San Pedro vivían más de dos mil almas en quince rancherías. Por todas partes había grandes cosechas de calabazas, frijoles, maíz y algodón. Manje escribió: “Es todo el valle como dije, ancho, largo, fertilísimo y sus sementeras con acequias y riego; vestidos y adornados los indios de mantas pintadas, ceñidores y sartales de cuentas al cuello”.El día 16 de noviembre la cabalgata continuó hacia el Gila, hasta la confluencia con el San Pedro. De pronto los viajeros se dieron cuenta que viajaban en territorio Apache y adoptaron una formación militar. Días después llegaron a las “Casas Grandes”, antes visitadas por Kino.

 

Manje las describe: “Llegamos al mediodía a las Casas Grandes, dentro de las cuales dijo misa el Padre Kino que hasta allá caminó ayuno; la una de ellas es un edificio grande de cuatro altos; el principal cuarto de en medio y los conjuntos de sus cuatro lados, de tres; con las paredes, de dos varas de grueso, de fuerte argamasa y barro, y tan lisas por lo interior que perecen cepillada tabla y tan bruñidas que relumbran como loza de la Puebla.

Casas Grandes en 1852.

 

Había doce casas más medio caídas; en ellas había mucha loza quebrada de platos y ollas de fino barro pintada de varios colores, según Manje, “que asimila a los jarros de Guadalajara de esta Nueva España”. Se logró conocer la teoría de que dichas casas “las fabricaron una gente que vino de la región del norte, llamado, el Principal, El Siba que, según su definición en su idioma, es el hombre amargo y cruel; y, que por las sangrientas guerras que les daban los apaches y veinte naciones, con ellos confederadas, muriendo muchos de una y otras partes, despoblaron. Parte de ellos por disgusto se dividieron y volvieron para el norte de donde, años antes habían salido y los más hacia el oriente y sur. De cuyas noticias juzgamos y es verosímil que sean los ascendientes de la nación mexicana”. Kino también detalló lo siguiente: “Nos admirábamos de ver que estaba casi una legua distante del río y sin agua; pero después vimos que tenía una grande acequia de un muy grande terraplén, que tendría tres varas de alto y seis o siete de ancho, y era mayor que el de la Calzada Guadalupe en México. La cual grandísima acequia, según todavía se ve, no sólo metía el agua del río hasta la Casa Grande, sino que, justamente dando una gran vuelta, regaba y cercaba una campiña de muchas leguas de largo y ancho de tierra muy llana y muy pingüe. Con facilidad se podía ahora también aliñar y techar la casas y componer la grande acequia para un muy buen pueblo, pues hay muy cerca seis o siete rancherías de Pimas Sobaipuris.

 

Más adelante, al continuar los expedicionarios llegaron a un poblado llamado por el P. Eusebio “Nuestra Señora de la Encarnación”; los nativos le construyeron una casa  siendo recibido con arcos y cruces, correspondiendo Kino a tan atento recibimiento con muchos bautismos, predicando el evangelio y consolando a los enfermos. Dejando los caballos en este sitio, en un pequeño grupo de 12 soldados, Kino y el Jefe Coro, se continuó la marcha viajando siete leguas hasta Tudacson; fueron interceptados en el camino por el jefe Palacios, el mismo que había ido a Dolores y que formaba parte de la Delegación de Jefes que fue a ver a Polici. En este sitio ocurrió, según describe Manje lo siguiente: “llegó un mozo todo pintado de embije, muy encarnado, que parecía bermellón o almagre finísimo... me pareció, por lo que he leído en la filosofía de Barua De Remetallica, ser metal de azogue. El Alférez Francisco de Acuña hizo exquisitas preguntas y le dijo que al quebrar el metal encarnado que traen para pintarse, salen unas gotas como agua gruesa y blanca, del color de una bala de plomo, que partió con el cuchillo; y que al coger algo, se sale por entre los dedos”. Los españoles estaban entusiasmados, pues el azogue era muy importante para separar el oro existente en una muestra de metal molido, y no había en el mundo más minas que las de Almadén de España, la de Huancabelica en el Perú y la de Carintia en Alemania. La mina se encontraba rumbo al Río Colorado pero no pudo ser explorada pues los caballos estaban muy agotados.

 

De regreso, la comitiva pasó por Tucson y Tumacácori y en algún lugar se encontraron con una pila de 33.5 por 50 metros de cal y canto, misma que según los naturales fue construida por los antiguos de Casa Grande; en ella los caballos pudieron saciar su sed. El depósito tenía aberturas en las cuatro esquinas por donde entraba el agua. Se detuvieron después en Santa Catarina de Cuituabagu, una ranchería de 200 personas y 40 casas. Los visitantes fueron recibidos con antorchas, arcos y cruces; para Kino estaba destinada una casa de petates. Una de las cruces que los indígenas habían levantado en honor de Kino tenía talladas al pie siete pequeñas dagas de madera pintadas de azul; al P. Eusebio se le representaron los siete dolores de María Santísima; al dejar el poblado se llevó la cruz para la Misión.

 

El 23 de noviembre se detuvieron en el Valle de Correa al fin de la cordillera de Tucsón; los nativos bebían agua de un pozo profundo hecho a mano; el mismo día continuaron hacia San Agustín de Oiaur. Manje contó 800 personas en 186 casas en el camino. Al final del día llegaron a Bac, donde los viajeros fueron hospedados en una casa de adobe, vigas y terrado; “cuidan una manada de yeguas y ganado que les dio el padre Kino para la misión; y una milpa de trigo del cual nos tenían hecho un amasijo de pan con un indio de Dolores que llevó cedazo”. 

Expedición de Kino y Manje por el norte: Dolores(1), Quíburi(2), Casas Grandes(3), y Bac(4) del 2 de Noviembre al 2 de Diciembre de 1697.

 

Kino escribió: “Hallamos y matamos ganado mayor y menor y aún pan fresco y muy bueno que nos hicieron en el nuevo horno que mandé hacer”. Se contaron en los alrededores 900 personas; dos jócomes cautivos fueron comprados: una niña de 12 años por Bernal y un niño de diez por Acuña. En ese lugar el Jefe Coro se despide de la excursión, siendo recompensado con un caballo. Desde Bac, la expedición camina hacia el sur llegando a Cocóspera y Remedios, pasando dos días en este lugar ayudando a la construcción de una iglesia. La ruta termina en Dolores el día 02 de diciembre.

 

Manje resume la trayectoria en “260 leguas de ida y vuelta con extendidos llanos y valles amenos y deleitosos, con fértiles tierras y abundantes bastimentos. Todo el gentío fue afable y amigable deseoso de ser cristianos; contamos 920 casas y 4700 almas; se bautizaron 80 párvulos y 9 adultos que se catequizaron el tiempo que dio lugar”. Kino por su parte escribe al Padre General: “Patentemente y evidentemente hemos descubierto que la Pimería no sólo no es la mala como algunos siniestramente han porfiado e informado diez años ha, sino que es tan fina y amante nuestra y de nuestra Santa Fe, que con dos golpes que en 15 de septiembre y en 26 de octubre de este presente año de 1697 ha dado a nuestros enemigos los hocomes, queda, como esperamos en Nuestro Señor, ya con la deseada paz y quietud y libre de sus tan molestos enemigos toda esta provincia de Sonora y sus confines”.

 

Las cartas de apoyo a la Pimería dieron algún resultado; el Misionero Gaspar de las Barillas fue asignado a la región de Altar, a donde Kino y Manje lo acompañaron para darle debido asentamiento. Ambos no visitaban la zona desde dos años antes cuando el asesinato de Saeta y fueron muy bien recibidos. En Caborca, Kino puso a trabajar a los indios en el barco ideado para California. Gaspar de Barillas por su parte no se convenció del todo; estuvo un mes en la Misión de la Concepción y después se regresó en el mes de Julio, aunque no hizo falta pues de cualquier modo Kino seguiría visitándola.

 

Los caballos de Kino empezaron a construir los primeros caminos de Sonora y del Sur de Estados Unidos; antes de eso sólo veredas con las huellas del hombre se observaban en el escenario natural.

 

A principio del año 1698 la paz se cayó de nuevo en la Pimería. El 25 de febrero una banda de 300 indios entre Jocomes, Sumas y Apaches atacaron la Misión de Cocóspera cuando estaba casi sin hombres, pues habían ido a comprar maíz a la frontera. Escudándose en un cuero de toro, el Padre Ruiz de Contreras se defendió y salió ileso del combate; fallecieron dos mujeres y el pueblo, la iglesia y la casa del Padre fueron saqueados e incendiados. Algunos caballos y todo el ganado menor fueron robados por los delincuentes. La guarnición de Sonora nuevamente se puso en marcha para buscar a los responsables; Kino avisó “a los hijos Pimas a que se previniesen con armas para ir con los señores soldados”; no hay duda que el P. Eusebio era una especie de Miguel Hidalgo antiguo.  El ejército dio alcance al enemigo en la Sierra de Chiricahua matando a 30 apaches, tomando a 16 prisioneros y recuperando algunos objetos y caballos robados; mientras tanto, otro frente de batalla se estaba librando en Quíburi. Kino relata el acontecimiento: “Los declarados enemigos Hocomes, Sumas, Mansos y Apaches, que entre chicos y grandes eran como seiscientos, persuadíendose lograrían en Santa Cruz del Río Quíburi lo que el mes antecedente habían ejecutado en el Pueblo de Cocóspera, el 30 de marzo se arrojaron por la madrugada con un albazo a la ranchería; mataron al Capitán y a otros dos o tres y los obligaron a retirarse a su fortificación que tenían, que era una casa capaz de adobe y terrado con sus troneras. Pero los enemigos, defendiéndose y tapándose con muchas gamuzas, se arrimaron a la fortificación, subieron en su techo desbaratándolo y quemándolo, y de un balazo mataron a uno, pues traían un arcabuz de los que en otras ocasiones habían quitado a los soldados. Saquearon y quemaron la ranchería, mataron tres reses y tres yeguas de mi estanzuela que aquí había, empezaron a asar y guisar carne y frijol y a tostar y moler maíz para su pinole, dándose ya por muy victoriosos los hombres y mujeres que todos habían peleado por igual” (el sitio actual está cerca del poblado Fairbank, Arizona, USA). Kino añade: “Pero entre tanto, llegó el aviso a la cercana ranchería de Quíburi que dista de Santa Cruz legua y media. Acudió el Jefe Coro con su briosa gente... El capitán de los enemigos, llamado Capótcari vio que con el Jefe Coro venían muchos Pimas y dijo que habían de pelear diez de una parte y diez de la otra; admitió la propuesta el Capitán Coro y señaló diez Pimas; el Capitán Capótcari señaló otros diez, los más valientes cuantos tenía; los cinco eran Apaches y él mismo era uno de los otros cinco. Empezaron los flechazos, y como los Pimas son muy diestros en flechar y también en capear las flechas de los adversarios, y los Apaches, aunque son diestros en flechar y con la lanza, no son diestros en capear, las flechas de los cinco pimas flecharon luego sus cinco apaches que les cabían, y los otros cuatro pimas a sus contrarios Hocomes y Xanos. Al Capitán Capótcari, que era muy hábil en capear las flechas se le fue arrimando su adversario, un valiente Pima, y luchando lo derribó en el suelo y con piedras le machucó la cabeza con lo cual empezaron a huir todos los demás enemigos y los pimas los siguieron por todos aquellos montes y lomas más de cuatro leguas de camino, matando e hiriendo más de trescientos. Que cincuenta y tantos quedaron allí cerca muertos y tendidos, y los demás, como fueron heridos con la hierba, se fueron muriendo por los caminos. Y los otros, como trescientos, fueron con este mal suceso y como ellos confesaron de miedo, fueron con los Pimas a pedir y dar las paces”. 

 

La victoria de la gente de Coro fue notificada a Kino; el mismo Capitán le envió la información en un palo largo con muescas el número de muertos. Kino a su vez envió un comunicado a Jironza en San Juan, quien comentó: “sería esta victoria para el total remedio de toda la provincia”. Polici, el visitador, “escribió que daba mil gracias a su Divina Majestad por el suceso tan feliz”, según Kino. Las campanas de las iglesias replicaron varios días en tono de fiesta. Sin embargo, hubo quienes dudaron de esta demostración de los Pimas, para lo cual el P. Eusebio personalmente fue a constatar lo sucedido; preparó las mulas de carga y caballos de remuda, cabalgó hacia el norte el centenar de leguas y describió lo que encontró: “Entré las cincuenta leguas que hay hasta Santa Cruz de Quíburi y el 23 de abril vimos los cuerpos muertos de los enemigos; topamos con 22 soldados que también por incrédulos habían entrado por el otro camino de Terrenate, que actualmente estaban reconociendo las referidas y contradecidas muertes”. Eran Manje y Escalante que habían sido mandados por Jironza. Kino añade: “Vimos y contamos ahí cerca de cincuenta y cuatro cadáveres; los treinta y uno de hombres y los veintitrés de mujeres. Los hijos nos dieron varios despojos que trajimos con nosotros entre ellos un arcabuz, pólvora y balas, una cuera, cueros de cíbola y gamuzas, arcos y flechas y cabelleras de los referidos enemigos. De los hijos pimas, en la ranchería de Santa Cruz murieron cinco y nueve quedaron heridos y convalecieron”.

 

Kino aprovecha lo sucedido para solicitar más auxilio de misioneros: “Ahora no falta más, sino que los que pueden socorran a esta dilatada Pimería que tiene más de 10,000 almas con los diez o doce padres misioneros idóneos que necesita, y ojalá sean algo semejantes a los dos (Salvatierra y Pícolo) que tan gloriosamente para tanto bien de tantas almas, tan en servicio de las dos Majestades, después de tantas contradicciones tan felizmente trabajan actualmente en la California.  A todo ésto, Jironza informó al Virrey: “Una feliz victoria contra los enemigos Hocomes, Janos y Apaches y demás naciones rebeladas a la Real Corona; antes de esos sucesos había prometido a los Pimas mil pesos en ropa si daban un buen golpe, por lo cual añadió: “ya estoy aguardando a los capitanes y cabezas de dicha nación Pima Sobaipuris para el cumplimiento de mi oferta”. Terminó diciendo: “... para tener más grata esta nación Sobaipuris, se les dé el consuelo de ministros evangélicos para la instrucción de los misterios de nuestra Santa Fe”.

 

Las reses que llevó Kino a repartir por a las misiones del norte, noroeste de Sonora y sur de Estados Unidos iniciaron la Ganadería en estas latitudes del globo terráqueo.

 

Pero el Padre Mora nunca se iba a convencer del trabajo de Kino. En un documento que preparaba escribió: “Todo lo que el padre visitador ha dispuesto en la Pimería es por lo que el Padre Kino le ha informado; al Padre Kino se le ha encargado el fomento de las nuevas misiones; al Padre Kino se le ha concedido licencia para tres continuas correrías con grande daño de su Partido. Pues, ¿qué tiempo había para descansar en casa y tratar de la enseñanza de los indios?. Desde el mes de septiembre del año pasado de 1697 hasta el mes de mayo de 1698 se le tienen notadas al padre las siguientes caminatas, que todas constan, de cartas suyas que por la prolijidad no cito. Por septiembre a Santa María Bazeraca doscientas leguas ida y vuelta; por octubre al Quíburi, cien leguas ida y vuelta. Por noviembre más de doscientas leguas de ida y vuelta a la Casa Grande. Por diciembre al poniente noventa leguas. Por enero al real de San Juan, Sonora, Oposura, etcétera, cien leguas. Por febrero al poniente, treinta leguas. Por marzo al Quíburi cien leguas; Por abril dos veces al Quíburi que son doscientas leguas. Por mayo, que es cuando este informe se hace, a Sonora, San Juan, Oposura, cien leguas. Quien oye de tantas leguas ha de decir que es mucho caminar y que es necesario mucho tiempo y muchos días... Quien pretende que el Padre Superior le mande lo que él quiere, él mismo se engaña si se tiene y alaba de obediente con vana lisonja, porque en esto no obedece él al prelado, sino el prelado a él”. El prelado era lógicamente el P. Polici.... “Uno de los principales motivos de estas caminatas ha sido para que el P. Kino se haya hecho convocador o cooperador para que los Pimas se hagan enemigos capitales de los Jocomes, Janos, Apaches y demás naciones que invaden esta provincia. Porque parece que el P. Visitador ha llevado por dictamen que con esto se componía todo. Lo uno, porque los Pimas siendo más en número, no se juntasen a los enemigos; lo otro, porque divertidos los enemigos con la guerra de los Pimas, no harían daño acá... Y yo pregunto: ¿a este fin venimos nosotros a las misiones?”.

 

Respecto a la victoria del Jefe Coro, escribió: “Lo que es propio de este papel es decir que los Pimas, habiendo salido victoriosos, han quedado tan temerosos que luego se mudaron de donde vivían y se metieron más adentro, de temor de que no los consuman los enemigos”. Después de la batalla, Coro de inmediato sacó a su gente de Quíburi y la llevó al Arroyo de Sonoita donde, cerca de Patagonia, estableció una ranchería llamada por los jesuitas Los Reyes.

 

Kino le puso movimiento al hombre del norte y sur de Estados Unidos. El caballo fue domado por los indígenas dándoles oportunidad de rápidos ataques, un asunto que no les convenía a los colonos españoles. Mucha caballada fue dejada libre al atacar los indios aquellas primeras Misiones, formándose incluso manadas salvajes en los años futuros.

 

El proyecto de construir un barco en Caborca también le mortificaba a Mora. Al respecto escribió: “Este ha sido el motivo de las caminatas al norte del Padre Kino. Aún después de las del poniente ha sido una empresa que yo no sé a qué compararla. Aún después de haberle mandado que se esté en la Pimería y se deje de California, está dando en que ha de embarcarse para ella por la Pimería y está fabricando un barco. La cual fábrica le trae desasosegadísimo y es un imposible lo que pretende y no hay razones que se lo persuadan. El barco sería de hacer de una canoa hecha de un álamo. Esto se ha oído del Padre Kino y a otros que ya han visto algo de lo que está hecho. La proa es la raíz de un álamo. Sobre esta canoa se han de poner arcos de mezquite que hagan y formen un barco. Los carpinteros de esto son los indios que no saben labrar un palo. El maestro es el Padre Kino, que cada vez que va les da en palitos la obra que han de hacer. Testigo el Padre Gaspar de las Barillas que lo vio. Vuestra Reverencia –a quien va dirigida la carta de Mora-, considere cómo se echará a la mar este barco, estándose fabricando casi treinta leguas la tierra adentro (111km). Río por donde pueda ir no lo hay. Si lo quieren tirar, ¿qué bueyes o mulas o gente será necesario? Y ya que esto se venza, ¿que agua beberán en el camino cuando para ir a la ligera a la mar se lleva en calabazos para beber la gente y las bestias lo pasan muy mal, pues no sé el tiempo que se pasarán sin agua. Ya ha hecho tanto ruido el Padre Kino con este barco y ha escrito tanto...”.

 

Mora comenta que cuando se averió la embarcación que se usaba para llevar cosas a California, la gente de Yaqui corrió a pedirle a Kino que prestara su barco; Mora especulaba también que el objetivo de Kino era abastecer de provisiones a las minas de Alamos o Real de los Frailes en Sonora navegando a través del Golfo. En este asunto Mora estaba dispuesto a llegar a las últimas consecuencias; “lo que sí puede ser que llegue a los oídos de Vuestra Reverencia, serán las voces contra mí de que lo mandé quemar. Juro in Domino que será para que el Padre tenga alguna quietud y para excusar los trabajos y hambre que padecen los indios que tiene el Padre trabajando, para excusarle a su Partido muchos gastos sin provecho, que puede emplear en otra cosa, para excusar la continua murmuración que hay sobre esto, como de cosa quimérica”. Mora no perdió tiempo en los detalles: “Hay el rumor de que una india malparió por semejante mal trato de manos que recibió del mismo Padre Kino porque no le hizo tan a prisa o tan a gusto unos cajetes de barro”. Hubo otras más; se dijo que otro indio murió dos días después de haber sido golpeado por Kino; otro informante le dijo al Rector que muchas veces en la Misión del padre Eusebio había oído niños llorando, “y preguntando quiénes era y porqué lloraban, le respondían eran los pajecillos del Padre Kino por haber recibido algún castigo de su mano”.

 

Las aves de corral y otros animales domésticos empezaron a poblar el escenario de las Misiones.

 

Mora seguía acusando al Padre Eusebio pues alguien le escribió diciéndole que jamás estaba en Dolores: “Y no estando él ahí, no hay indio que haga cosa ni asista. Si en los pueblos que están muy asistido y bien administrado los indios son muy ordinarios los casos de morir algunos sin confesión por sólo estar el padre en el otro pueblo de la administración, ¿cuántos casos de estos sucederán donde más es la distancia que la presencia?; ¿cuántos niños se quedarán sin bautismo, cuántos días de fiesta sin misa?; ¿cuántos sin doctrina?... Todos los neófitos en su misión son los más malcriados e industriados. Todo lo dijo el padre Campos que administró el Partido del Padre Kino siete meses”. Ciertamente el P. Campos escribió: “los indios de Cotzari están tan insultos, tan malévolos, tan mal criados, tan contra mi genio que sólo pensarlo me da notable enfado”. Y siguió el rosario de quejas: “¿Con que conciencia se podrá hacer trabajar a los indios para que sustenten al ministro que en casi nada los asiste? Pues, ¿que si el trabajo es exhorbitante?;  la sementera de trigo que el Padre Kino siembra en Los Dolores es la mayor que absolutamente se siembra en las Misiones de Sonora”. Lo que dice de los bautismos sí que es interesante, pues Kino celebraba los bautismos sin la debida instrucción para lo que Mora exigía especial cuidado. “Bautizaba entre los mezquites y luego los dejaba sin sacerdotes; cuando esos indios se ven en sus tierras sin maestro, ¿qué vida de cristianos asentarán?”. En esto Polici también tiene pecado, pues cuando envió a Kino a fundar misiones entre los sobaipuris, le ordenó lo siguiente: “Con un temastián, mientras cavan la tierra y trabajan, enséñeles a rezar explicándoles los artículos principales, y en viendo la pared de veinticinco adobes de alto, si quieren cristianizarse los bautiza”. Una de las acusaciones más serias era que Kino, según se dice, estaba de acuerdo en que se utilizaran los informes obtenidos en la confesión, aunque nunca se le comprobó nada.

 

Mora termina diciendo en su libro de acusaciones contra Kino que, por el bien de la provincia, el P. Eusebio debía ser retirado de allí. Ningún Jesuita que no estuviera de acuerdo con él debería quedarse en la Pimería. Casi todos los misioneros que habían estado en ese distrito habían criticado sus métodos, y abundó: “Y como el Padre hasta ahora siempre ha salido victorioso de aquí, es que no deja a los que entran y todos se desconsuelan”. En nueve años habían pasado por la Pimería doce padres y son: Arias, Barli, Barillas, Bayerca, Campos, Castillejo, Hostinski (Ostine), Janusque, Pineli, Ruiz de Contreras, Saeta, Salvo y Sandoval. Mora manifiesta que “entre estos ha habido de todas las edades, de todos los genios, de todas las naciones y con todos ha habido sinsabores”. Los problemas, según Mora, solían acontecer  por las limosnas que Kino regalaba a las nuevas misiones: “Por estas cosas son ordinariamente los disgustos, porque como el Padre Kino a todo mundo dice que cuanto tiene, cuanto trabaja, cuanto adquiere es para las misiones nuevas, y en llegando el caso cuesta tanto sinsabor lo que da, que ordinariamente es nada; o lo que promete, que siempre es mucho y nunca lo verifica... O los padres que llegaban se oponían a las cosas del Padre Kino y él se encargaba de que se fueran, o tendrían que estar de acuerdo con él para que les permitiera quedarse. Y porque en este particular no se le adelante ninguno, los procura deslucir a todos para quedar su Reverencia solo con la fama de apostólico”.

 

Pero la mala publicidad de Mora no afectó la imagen de Kino en la Pimería, y hubo una ocasión para comprobarlo. De la Ciudad de México se envió para la Iglesia de la Misión de Nuestra Señora de los Remedios una imagen muy especial que iba a ser instalada el día 15 de septiembre, fiesta de la Patrona. La capilla casi estaba terminada; se aprovechó también la ocasión para celebrar la victoria de los Pimas sobre los enemigos Jocomes el pasado año de 1697. La Virgen fue amorosamente llevada por los nativos desde Dolores hasta Remedios en un recorrido de 30 kilómetros, a donde se recibió “con capa de coro, con repique de campanas, con chirimías, arpa y guitarra, salve y letanía cantada”.

 

Kino escribió: “Habiendo concurrido a esta fiesta algunos señores españoles del Real de Bacanuche y los más principales caciques y cabezas de toda la Pimería; y de lo más remoto de ella diez capitanes, veinte gobernadores y dieciséis de otras justicias, alcaldes, topiles, fiscales mayores, alguaciles y fiscales ordinarios, que todos recibieron a Nuestra Señora puestos de rodillas. Muchos de estos capitanes y gobernadores vinieron del norte y noroeste, y del poniente. El Capitán Humari vino desde el Río Gila y el Gobernador de La Encarnación desde el Río y Casa Grande, más de cien leguas; el capitán de Santa Catalina ochenta leguas; el capitán Coro sesenta leguas; el Capitán Soba cincuenta y seis leguas; el Capitán y Gobernador de San Xavier del Bac, sesenta leguas”. En la misa hubo un sermón en la lengua de los nativos acerca de las bendiciones que estaban llegando a sus tierras a través del santo bautismo y de la fe católica para la salvación de sus almas. Por órdenes de Kino fueron sacrificadas unas reses para los visitantes, algunos recibieron chocolate y se despidieron muy contentos.

La Virgen de Nuestra Señora de los Remedios

 

El Padre Eusebio prometió una expedición para el Río Grande y a la mar de California en los próximos días, para que de esto avisaran a aquellas gentes nuevas de la costa. En esta celebración no quedó duda acerca de quien era Kino y de su gran poder de convocatoria; de Mora nadie se acordó.