CAPÍTULO XII

MAS VIAJES Y KINO DESCUBRE “EL PINACATE”

 

 

El P. Eusebio traía en mente la costa del noroeste; California seguía en su corazón y debió estar desesperado sabiendo que ya tenía lo suficiente para ayudarla, pero el transporte seguía siendo el gran problema. El barco era la solución pero había pocas esperanzas de ayuda. Además, la cartografía de la zona era su responsabilidad y no estaba concluida a satisfacción. Polici le escribió a Mora para informarle que Kino se encargaría del “descubrimiento del Río Grande hasta la mar para informar al P. Provincial y a su Excelencia, quienes mandan se fomentasen las necesarias conversiones y se le dé mano al padre Juan María (Salvatierra) por el nordeste (del golfo)”.

 

Jironza mandó al Capitán Diego Carrasco como Teniente de Alcalde Mayor y Capitán de Guerra de la Pimería, puesto anteriormente otorgado a Manje; la instrucción era clara: “y al Reverendo Padre (Kino), no lo desampare ni deje hasta ponerlo en su Misión, que así conviene al servicio de ambas Majestades”. Por esas fechas el P. Eusebio estuvo enfermo, una crisis que duró algunos meses, sin embargo se sobrepuso y el 22 de septiembre de 1698 se puso en marcha. Llevó al Gobernador de Dolores, siete sirvientes y 25 cabalgaduras. Tenía instrucciones de llevar al P. Campos o a Gilg pero ninguno de los dos se incorporó al grupo en el que Kino y Carrasco eran los únicos hombres blancos. Cinco días antes envió cuarenta monturas rumbo a Bac donde debían esperarlo; otros veinte animales debían dejar Dolores en los próximos diez días y alcanzarlo en Caborca para el regreso. Kino sabía de planificación.

 

La expedición salió rumbo al norte pasando por Tumacácori y Bac hasta el Río Gila. Al llegar a Bac se encontró con las bestias de reemplazo, mataron dos reses, bautizó algunos niños y enviaron mensajeros por delante. El jefe Coro se incorporó a la comitiva en Bac, quien se había venido a vivir más adentro de la Pimería para evitar algún asalto inesperado de los Apaches pues temía por su vida y la de los suyos; vivían en Los Reyes en el Arroyo de Sonoita cerca de Patagonia. Tras pasar por Tucson, Santa Catalina y la “Tinaja de Moctezuma” (la pila antes descrita), el día 29 los exploradores tocan el punto de La Encarnación. Kino se desplazó después a San Andrés y otros pueblos cercanos, siendo recibido con “arcos y cruces puestas, con muchas comidas y casas prevenidas y con grande aprecio de la palabra de Dios”. Pero la enfermedad lo seguía molestando; de ella escribió: “Por medio un tan poderoso calenturón que a las cinco leguas de camino me obligó a parar debajo de unos álamos del Río Grande y a la tarde con mucha dificultad hube de volver a San Andrés”.

 

El 02 de octubre la expedición siguió por la tierra de los Pápagos; comenzó una llanura desértica para lo cual llevaban una buena provisión de agua en unos calabazos. Doce leguas más adelante los encontraron unos mensajeros que traían el preciado líquido en unas ollas, así que las bestias pudieron darse un buen refresco y continuaron hacia su ranchería llamada San Angel del Botam (Cocklebur, USA). Milpas con maíz, frijol y sandías y una población de 60 almas salió a su encuentro. Al día siguiente pasaron hacia San Bonifacio donde había 300 indígenas más esperándolos con arcos y cruces, caminos limpios y casas con comida variada; algunos de ellos habían peleado en aquella batalla del Jefe Coro; entre ellos estaba un anciano: “el más principal anciano que tendría cien años de edad, con  una linda plática nos dio las gracias de nuestra llegada a sus rancherías”.

Ruta seguida por la Expedición de Kino y el Capitán Diego Carrasco por el norte del 22 de septiembre al 18 de octubre de 1698. Dolores(1), Tumacácori(2), Bac(3), San Andrés(4), Sonoita(5), Cerro El Pinacate(6), Quitovac(7), Caborca(8), Tubutama(9) y Dolores de nuevo.

 

Ocho leguas de camino llevaron a Kino a la gran ranchería de Adid, que llamaron San Francisco (hoy Santa Rosa del Achi); salieron a su encuentro también con ollas de agua sobre sus cabezas. En este lugar los recibieron dos largas filas de hombres y mujeres que llegaban a setecientos. La mañana siguiente bautizó a ciento dos niños de los cuales mayormente la hizo de padrino el Capitán Carrasco. Pasaron después a San Serafín donde contaron otras 400 almas (hoy Akchín). Al día siguiente el recorrido fue largo y la caravana hizo parada en otra población que se llamó Nuestra Señora de la Merced del Batki (Hoy Vachtk); doscientas personas salieron a su encuentro aprovechando la ocasión para bautizar a 30 adultos y tres niños; recibió también la visita de 300 residentes de rancherías cercanas. Kino sentía que estaba cerca del mar aunque muchos le advirtieron dificultades: “La primera que ponían era que faltaría agua en aquellos arenales y dije que iría una mula cargada de calabazos y ollas, y mandé prevenir dos cacastes para eso; la segunda era que no habría zacate, y dije que iría otra mula cargada con zacate. La tercera que serían en los calores de la marisma, y dije que caminaríamos de noche; pero hoy hallamos unos que se ofrecían de guías y hasta una india hubo que andaba cargada de caracolitos y conchitas de la mar que ella misma había traído de allí”. Si esa mujer podía hacer el viaje, Kino no se iba a quedar paralizado.

 

El día 06 de octubre llegaron a San Rafael del Actum Grande, cerca de la división entre la Sierra Ajo y la Sierra de la Nariz. Los recibieron cuatrocientas personas más y comieron deliciosas pitahayas; bautizó a 85 niños; más de cien indios llegaron a visitarlo regalándole buena cantidad de blanca sal, un buen dato para el explorador. Al día siguiente Kino midió la latitud con el astrolabio y encontró que estaba a 32° 30’. Pronto la expedición acampa en Sonoita donde encontró grandes cultivos de calabazas; después de bautizar a 24 niños siguió hacia el poniente sobre el Río (Sonoita) pasando por San Sergio hoy llamado Quitovaquita, pueblo localizado a 15 kilómetros al poniente de Sonoita. Los lugareños le informaron que había suficiente pasto y agua más adelante así que la provisión de mulas con zacate y agua resultó innecesaria; dejó las mulas en San Sergio y continuó al oeste. Al caer la tarde llegaron a la ranchería de Santa Brígida localizada al oeste del Cerro del Pinacate, cuya falda meridional habían bordeado. Los nativos le prepararon calabaza y otros alimentos y ahí pasaron la noche. Al día siguiente Kino subió hasta la cima de una montaña cercana logrando observar las azules aguas del Golfo, con una buena ensenada a la que llamó Santa Clara (también llamada Bahía de Adair);  lo maravillaron las enormes dunas que señalaban la boca del Río Gila en el Golfo. El fiscal y gobernador de Sonoita que cooperó como guía, enseñó a Kino el detalle geográfico acerca del Río Gila: “el fiscal nos enseñó a dónde el Río Colorado se junta con el Río Grande que es como un día de camino antes que entrasen a la mar de la California”. La bruma le impidió observar la California en el horizonte. Ese mismo día regresaron de nuevo a Sonoita y las dudas geográficas aumentaron en la cabeza del insigne explorador. ¿Este será el remate del Golfo de la California?.

 

“El Pinacate” está declarado Reserva de la Biósfera; Kino lo presentó al mundo subiendo a la cima el 7 de Octubre de 1698.

 

Pero Kino no pasaba más de un mes fuera de su Distrito, una costumbre que siempre cumplió por más interesante que estuviera la caminata. Así que ya era suficiente con conocer El Pinacate y abrir dudas sobre un paso por tierra a California, y la expedición enfila rumbo a Caborca por Bacapa (Quitovac); al día siguiente pasaron la noche en Arivaipa donde lo recibieron más de 500 nativos, bautizó a 34 niños y continuó la marcha hasta llegar a Caborca en donde encontró a las bestias de repuesto que había ordenado para su regreso. De ahí el camino a casa ya era bastante conocido; en el trayecto bautizó algunos niños, herró ganado y despachó una avanzada con pitahayas frescas hacia Dolores a donde llegó el día 18 de octubre, a tiempo para dar celebrar la misa de San Lucas en acción de gracias; se había cerrado el ciclo de camino.

 

Kino resume la travesía de la siguiente manera: “En esta entrada nos había sido de singular consuelo y alivio: 1) El haber podido decir misa todos los días; 2) Los muchos bautismos de tantos párvulos y la mucha afabilidad de los naturales con que nos acompañaban en los caminos de una ranchería a otra y  nos salían a recibir con refrescos de muchas tinajas de agua y pitahayas y con fiestas, bailes y cantares de día y de noche, 3) Las muy buenas cabalgaduras que nunca se cansó o despegó o maltrató o quedó alguna, siendo así que en el espacio de veinticinco días de ida y vuelta caminamos más de trescientas leguas y hubo jornadas de veinte y veintidós leguas, 4) Los muy buenos caminos, aguajes y leña; buenos pastos y sobrados bastimentos; 5) La buena salud, uniformidad y gusto de todos con las buenas esperanzas de otros aún mejores sucesos en adelante, así para las Californias como para nosotros y para estas costas. Concédalos el Señor para esta peregrinación de esta vida y en la gloriosa eternidad de la Patria Celestial, amén”. Lo más notable de esta gran entrada de 1300 kilómetros  es que resulta ser el primer recorrido de la tierra de los Pápagos de Gila a Caborca y la primera exploración del Cerro del Pinacate. Carrasco contó más de cuatro mil almas y se bautizaron a unos cuatrocientos indígenas, excelentes números para un mes de viaje. Tanto Kino como Carrasco escribieron sendos reportes de este viaje para testimonio histórico.

 

Las noticias de la existencia de naturales amables no concordaba con los rumores que de las regiones recién visitadas se escuchaban antes de la expedición; Kino relata: “estos muy encontrados informes consistían en que los Cocomaricopas y otras nuevas naciones del Río Grande, al poniente de La Encarnación y de San Andrés y del Río Colorado, al noroeste, a donde no entramos, eran tan bárbaros y tan caribes que tatemaban y comían la gente y otras quimeras nunca oídas que añadían”. El Padre Eusebio hizo una nueva cabalgata rápida a San Juan para solicitar a Jironza  la inclusión de Manje como testigo seglar en la nueva expedición que ya planeaba, en la cual iría también el misionero Adamo Gilg; nuevamente organizó algunos sirvientes, en esta ocasión llevaría 90 cabalgaduras, ocho cargas de provisiones, ochenta caballos y ornamentos para celebrar la Misa. Mandó algunos vaqueros con 36 cabezas de ganado para la nueva misión de Sonoita, la cual fue seleccionada como base para las exploraciones futuras al noroeste.

 

En esta ocasión Manje sería el reportero, quizás por ese motivo lo pidió. Salieron de Dolores el 07 de Febrero de 1699; llegaron con el Padre Campos a San Ignacio por más provisiones y caballos; pasaron por Magdalena, Tubutama, Sáric, Búsanic y Tucubavia. Para el día 11 iniciaron la exploración de nuevas tierras llegando a Gubo Verde, que después sería San Estanislao de Ootcam, llamado así por un tanque de agua llovediza donde bebían los indios; cinco leguas al noroeste llegaron a un ojo de agua que llamaron Santa Eulalia donde encontraron una ranchería con 60 personas en extrema pobreza (actualmente se llama Pozo Verde). Manje relató una leyenda que le contaron los naturales: “Hallamos un corral o patio en forma cuadrada con paredes altas de un estado, de piedra seca. Y preguntando a los naturales de ahí qué significaba aquel corral tan grande, nos respondieron que, en tiempos muy atrasados de su gentilidad, según se había ido derivando la noticia de padres a hijos, había venido de hacia el norte una mujer o monstruo agigantado, de como tres varas de estatura, con el hocico a modo de puerco y las uñas tan largas que parecían de águila, y que comía carne humana;  y que por las atrocidades y muertes de indios que hacía de un golpe; aunque dándole de comer se mostraba familiar con todos; y que procuraban cazarle venados y otras cosas, por el miedo que le tenían no destruyese a la gente. Entonces, de común acuerdo hicieron aquel corral los gentiles de aquella comarca; y convidaron con muchísima caza y vino con que embriagaron a aquella gigante; y que luego, formaron un baile dentro del corral que duró algún tiempo, hasta que el dicho monstruo pidió lo llevasen a una cueva grande, de peña, que inmediatamente ahí nos enseñaron, toda ahumada, que era su continua habitación; que entonces, venciéndolo la embriaguez y sueño y acostado, dentro de la cueva pusieron los muchos gentiles que habían concurrido para esto un gran cúmulo y cerro de leña, con que tapiaron la puerta y pegaron fuego; cuya materia combustible abrasó aquel monstruo, por donde se libraron de molestia. Esto es, en sustancia lo que nos dijeron. La verdad Dios la sabe; lo cierto es que está el corral y la cueva patente y que, también ha habido gigantes en esta tierra”.

 

Este relato es contado todavía por los pápagos, con algunos detalles que Manje no recogió. La ogresa se llamaba Haw-Auk-Aux, “la Vieja Cruel”. Según la versión actual de la historia, vivía en las montañas de Baboquívari, a cuyo pie se alza Pozo Verde. Su vestido de ante estaba adornado con colmillos de puma y garras de animales salvajes. Las montañas se estremecían con el sonido de su voz, y cuando peinaba sus cabellos oscurecía el sol, como una nube de tormenta. Como mató y devoró todos los animales, empezó a comerse a los seres humanos. Aconsejados por Eé-a-Toy, el Espíritu del Bien, se la echó al hombro y la llevó a la caverna donde ella vivía; los pápagos le llevaron leña, la apilaron a la entrada de la cueva y le prendieron fuego. Cuando la Vieja Cruel se levantó de un salto provocó un terremoto que desgajó la montaña. Podría haberse salido arrastrándose, pero el Espíritu del Bien tapó el hoyo con un pie.

 

La expedición siguió su curso; el día 13 acamparon cerca de Topawa y la noche siguiente lo hicieron en las Ciénegas de Camotes cerca de la frontera. Después caminaron hacia el noroeste y acamparon en los Llanos de la Nariz y para el día 16 ya estaban en Sonoita. Los indígenas recibieron bien a los visitantes pero solo había frijoles para comer, “por ser gente pobre y poco aplicada al trabajo, pues, corriendo por aquí su lindo arroyo de agua permanente, de muchos tulares y carrizales, de cuya caja tienen sacadas algunas acequias para su riego, y haber buenas tierras, se contentan con sembrar poco maíz y lo pasan con alguna necesidad”. Manje estudió la ruta para Río Grande con los aborígenes y uno de ellos se ofreció como guía: “por esta fineza, se lo remuneramos con dos varas de paño mexicano y otras dádivas, que así yo como el Padre Kino le dimos, que agradeció mucho”. Buscaban en primer lugar a los naturales de la región donde se une el Río Gila con el Colorado. Esta sería una de las rutas más peligrosas, tan difícil que fue llamada “El Camino del Diablo”.

 

Solo los cauces poseen cierta vegetación en el escenario del noroeste de Sonora, caminos nuevos para Kino y el mundo hace poco más de 300 años.

 

El día 18 Kino se apartó del Río y avanzó hacia el noroeste poco más de 20 kilómetros por tierras planas y secas; el agua empezó a escasear; otros 50 kilómetros había que vencer por estas inóspitas regiones que obligaron a caminar durante la noche: “a la luz de la luna, con algunos trabajos que traen consigo los descubrimientos nuevos, así de falta de agua como de pasto”. Al fin encontraron un aguaje: “en la cumbre de una peña donde cogimos suficiente agua para la gente, que íbamos con bastante necesidad; por ser tan empinadas y agrestes no pudo subir a beber la caballada”. Al sitio le llamaron “Aguaje de la Luna”. A primera hora de la mañana siguiente la expedición siguió su marcha al trote, saliendo las liebres al camino y los borregos cimarrones observando desde los peñascos. Treinta kilómetros más adelante, Kino y sus compañeros acamparon en una ranchería india llamada Agua Escondida (Hoy Tinajas Altas), lugar donde se encuentran una serie de tinajas que son maravillas del Camino del Diablo. En este lugar Manje contó “treinta indios de origen Pápago desnudos y pobres que sólo comen raíces, langostas y frutas silvestres”. Este diario de Kino fue la primera guía para los viajeros que cruzaban este camino, y sirvió por décadas. Juan Bautista de Anza cruzó por este lugar en 1774 cuando dio de beber agua a los caballos y ganado en dichas Tinajas de Cabeza Prieta, a lo cual comentó: “el agua es sabrosa, pero suele tener abejas muertas; en ocasiones algún borrego cimarrón se resbala, se cae en los tanques y contamina el agua”. Caminando otros 55 kilómetros más llegaron a otro paraje con tinajas de agua a las cuales Kino llamó Pilas o Fuentes Bautismales. Unos 20 kilómetros más adelante los viajeros llegan por fin a un sitio llamado San Pedro, cerca de donde cambia el Río Gila cambia de curso. Era el mes de febrero, y la ya próxima primavera empezaba poco a poco a decorar el escenario con las flores de los ocotillos y sahuaros; era el pleno desierto.

 

En el sitio se encontraron algunos Pimas y mayormente Yumas, de quienes Manje comenta: “son gente bien agestada y corpulenta; las mujeres hermosas y mucho más blancas que todas las naciones de indios que hay y se conocen en la Nueva España”. Manje describe sus vestimentas y su costumbre de andar desnudos los hombres; su modo de peinarse y adornarse, sus armas, las nasas con que pescaban y su vida común. Al día siguiente un centenar de Yumas llegaron con grandes jícaras con alimentos para los forasteros; recibieron a cambio dos cuchillos y otros regalos. Kino los interrogó respecto a la cercanía del mar; algunos dijeron que tres otros que seis días pero no se ofrecieron a llevarlos pues en la costa tenían enemigos. Manje hizo un reconocimiento a caballo con varios nativos, y escribió al respecto:

El agua en las “tinajas” es una bendición.

 

“En la cima de un cerro alto, hacia el poniente, me enseñaron la junta de un valle y ancha arboleda que venía como de norte a sur que vi palpablemente; me dijeron que era la Junta del Río Colorado con este Grande (el Gila). Más al poniente me enseñaron  las vertientes del brazo de mar que, por su mayor distancia y humos de la atmósfera no pude apercibir”. Para su sorpresa, comprendió que el Río Colorado era mucho más grande que el Gila; añadió: “señalándome el ancho, parece de una legua”.

 

A partir de la expedición de Oñate 95 años antes, no se sabía de otra excursión a esa zona. En 1604, Don Juan de Oñate partió de Nuevo México con treinta hombres para explorar los territorios del poniente; conoció a los Zuñi y Moqui, cruzó Arizona, exploró el Río Colorado y llegó al Golfo. Iba el Padre Escobar como cronista en esa ocasión. Manje llevaba una copia de esa crónica elaborada por Agustín de Vetancurt. Kino y Manje investigaron con los más ancianos el asunto de la llegada de Oñate: “Y les preguntamos a los indios más ancianos si habían oído decir a sus viejos antepasados que hubiesen visto pasar a un capitán español con caballos y soldados. Y respondieron que sí lo contaban, y que habló con los viejos ya difuntos, y pasó hasta el mar con hombres blancos y armados, y se volvió para oriente de hacia donde habían venido”. Los viejos contaron una historia, descrita según Manje: “Siendo ellos muchachos, vino a sus tierras una mujer blanca y hermosa, vestida de blanco, pardo y azul hasta los pies, y un paño o velo con que cubría la cabeza la cual les hablaba, gritaba y reñía con una cruz en lengua que no entendían; y que las naciones del Río Colorado la flecharon y dejaron por muerta dos veces, y que, resucitando, se iba por el aire sin saber dónde era su casa y vivienda; y a pocos días, volvía muchas veces a reñirlos”. Manje concluye: “Confirmando éstos datos lo mismo y en lugares tan apartados, discurrimos si, acaso, será la venerable madre María de Jesús de Agreda, por decir en la relación de su vida que, por los años de 1630, predicó a los indios gentiles de esta Septentrional América y contornos del Nuevo México; y habiendo pasado sesenta y nueve años hasta el corriente en que nos dan la noticia los viejos que parecen según el aspecto de ochenta años, pueden acordarse”. Kino y Manje lograron más información: “Hacia el norte y costa del mar pueblan hombres blancos y vestidos que, a tiempos, salen armados al Río Colorado y ferian algúnos géneros por gamuzas de los indios. No sabemos si serán españoles de las embarcaciones que, en tiempo de los primeros virreyes de México, enviaron a descubrir tierras y naciones que no parecieron más y naufragaron cerca de tierra y con tablas a nado, salieron y poblaron; o si es gente de Ieso (Japón, China), o extranjeros herejes que estén poblados y casados con indias, casos son dignos de averiguarse”. Kino advirtió otro hecho interesante: “Estos naturales de San Pedro, los dos días que estuvimos con ellos, nos dieron varias dádivas de los extraordinarios géneros de lo que por allá tienen, y entre ellas unas curiosas y vistosas conchas azules que, por cuanto me consta, que sólo se dan en la contracosta del poniente de la California. Después descubrí que, no muy lejos de allí, habría paso por tierra a la cercana California y en breve, con la divina gracia, procuraremos saberlo y verlo con toda individualidad”.

 

Expedición de Kino por el Río Gila. Dolores(1), Magdalena(2), Tubutama(3), Tucubavia(4), Pozo Verde(5), Sonoita(6), San Pedro(7), San Andrés(8), San Xavier del Bac(9), Tumacácori(10) y Dolores(1). Acompañaron a Kino el Capitán Mateo Manje y el brillante Padre Misionero Jesuita Adamo Gilg.

 

El 23 de febrero de 1698 Kino se despidió de los Yumas en San Pedro y emprendió la marcha río arriba. Les llevó seis días la travesía de más de 200 kilómetros por el Gila casi siempre cerca del cauce; a los nativos de esa región les llamó Opas y Cocomaricopas, hoy llamados Maricopas, quienes los miraron con recelo, sobre todo a esos animales extraños... los caballos. No tenían acequias para el riego, sino que sembraban en los recodos que hace el río en la baja de sus crecientes. Maíz, frijol y calabazas son los sembradíos más comunes, y con el fruto del mezquite tomillo hacían pan y atole. Había frijol blanco que traían del Río Colorado; se llevó algunos para plantarlos en Sonora. Abundaba en el Gila el pescado; Manje describe: “Usan pescar con redes grandes y curiosas, al remedo de la Europa, y con otro instrumento en forma de barquillo pequeño entretejido de unos palitos muy curiosos, corvados como una costilla que todos vienen a rematar con en dos proas atravesando amarrados otros como lo manifiesta la teorema y mide dos varas de largo y como una de ancho en que sacan el pescado”. Algunas jícaras o canastas eran tan grandes que podía contener varios kilos de maíz, y otras “tan tupidas en el tejido que no pasa el agua adentro y se utilizan como botes. Dentro se embarcan dos hombres o mujeres poniéndose uno por cada costado y sirviéndoles las manos de remo pasan violentamente y con facilidad atravesando el río hasta la obra banda”. Aunque tímidos, los Cocomaricopas fueron amistosos.

 

Largas pláticas de la vida cristiana fueron expuestas por Kino y Gilg en su trabajo de misionero ante los naturales, mientras que Manje hablaba de los asuntos civiles, del Rey, del Virrey y de su presencia en esas tierras. Se les recomendó hacer las paces con los Yumas, pues Kino venía a traer la buena voluntad entre los hombres. Pasaron por Tutum (Tutumóydag) que se llamó San Matías; aquí se comunicaron con gestos y señales, San Mateo Coat (donde encontraron a un ciego que sabía la lengua Pima y Yuma), San Tadeo del Batqui. Llegaron al Río San Simón de Tucsani y tiempo después cruzaron por San Felipe y Santiago de Oydabuise, donde “se contaron ciento treinta y dos personas, todos de nación Pima, los cuales fueron los primeros en dicho río que los recibieorn con cruces y casa”; el día 01 de marzo se apartaron del Río Gila para dirigirse hacia las rancherías pimas de la Sierra de la Estrella. El padre Gilg llamó al Río Gila “el Río de los Apóstoles”, cuyos nombres habían ido repartiendo a lo largo de sus orillas; para completar los doce, los ríos Salado, Verde, Santa Cruz y San Pedro fueron nominados como Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

 

Más adelante cruzaron por San Bartolomé del Comac y San Andrés de Coata; en este último sitio Kino ya había estado tres veces, en donde encontró una cruz y muchos amigos. Manje contó 1990 naturales nunca vistos jamás en la ruta de la expedición; el P. Kino tenía muchos cambios en los mapas antes elaborados de su pluma. Salieron de San Andrés el día 9 de marzo con día lluvioso, y a 8 km de la ranchería “se levantó tan furioso huracán de aire y agua que, atollándose los caballos sin poder caminar adelante, nos obligó a parar. Cayó aquella noche enfermo el padre Eusebio Kino, que de la mucha humedad se le hincharon los pies y piernas; y no obstante lo agravado de su enfermedad, instó que al siguiente día nos fuésemos. A tres leguas andadas hacia el sur y lloviendo siempre, le dio tales vómitos de cólera que, viéndolo debilitado y con desmayos que le daban, paramos con muchos trabajos”. Después de recuperarse un poco, a los dos días siguieron la marcha; el río estaba demasiado crecido y no pudieron pasarlo, así que caminaron otras cuatro leguas hasta llegar frente a Tumacácori. Manje sigue contando: “de donde nos pasaron los indios un carnero para que se le hiciese algún guisado al padre enfermo, a quien vinieron a ver y se contristaron de su enfermedad y debilitación”.

 

La expedición tuvo bastante éxito; al llegar a Dolores el P. Kino recibió noticias de sitios más apartados del norte que querían oír de las Misiones; el Jefe Humari junto con otros Jefes de las rancherías sobre el Río Gila llegaron a Dolores el día 01 de octubre de ese año de 1699 para informarle que los apaches de más al norte le declararon su amistad. El nuevo visitador que sustituyó al P. Horacio Police, el Padre Antonio Leal, se sintió entusiasmado con las noticias y animó al P. Kino para que escribiera un libro, lo cual dio origen a “Favores Celestiales”, referencia principal de esta historia.